Escribe
Carlos Amador Marchant
Este es el nuevo camino que busca
la gente. Se trata de un camino que nunca observaron, que nunca buscaron. Y sin
embargo, entre contradicciones constantes, se dan tropezones con murallas y salen, a veces, encontrándose a sí
mismos.
Me los encuentro, por lo general,
manejando taxis colectivos. Primero se presentan como personas comunes. Pero
son delatados por las canciones que llevan en la radio y que, escuchan, como
extasiados.
De inmediato me percato que son
temas de corte religioso, del amor a jehová, de caminos que hay que seguir para
formar un mundo nuevo. Y, fundamentalmente, del amor a las eternidades y las
estrellas lejanas. Me los he encontrado no sólo acá, sino también en muchas
reparticiones públicas y pequeños negocios de abarrotes. Y siempre llevan la
música y canciones religiosas a su lado, ya sea en radios o por audífonos.
Siempre están ahí. Es como el relajante para poder, junto a ellas, seguir
caminando por esta vida que en algún momento casi se les fue de las manos.
Por cierto, no estoy en contra de
buscar ayuda para estas patologías que hoy por hoy doblegan al mundo, sólo que
a veces es importante tener propia fortaleza para eliminar la podredumbre que
llevamos dentro.
Son almitas extrañas. Es cierto
que han atravesado el desierto más seco del orbe. Es decir, se han metido en
drogas, alcohol, se han paseado por suburbios incontrolables, en fin. En otras
palabras: han tocado fondo.
También he visto a hombres
caminar con los llamados “pastores” a su lado, esas especies de guardias o
guías, aquéllos que los vigilan por si se les ocurre “caer de nuevo” . Son
escenas verdaderamente impactantes que, a fin de cuentas, logran recuperar a
ciertos individuos que ya se consideraban insalvables.
En el sur austral de Chile (década
del 80 del siglo 20) conocí a un hombre de mediana estatura y de ascendencia
campesina. Había, según él, destruido su matrimonio por meterse con una mujer
de la noche mientras trabajaba de baterista en un burdel. El individuo no era
atractivo, pero tocaba la batería como los dioses. Esto mismo le significó mantener
locas a las féminas y poco a poco se fue haciendo adicto al alcohol. Su salida
del burdel fue debido a que lo sorprendieron haciendo el amor con una
prostituta cuyo “dueño” también trabajaba en el sitio. Recibió escandalosa
paliza y terminó refugiándose en la cordillera, laborando en una empresa de
caminos. Juró no engañar nunca más a su esposa y juró al mismo tiempo dejar de
beber. Lo primero lo cumplió tenazmente, pero no pudo dejar el alcohol. Frente
a esta situación, después de dos años, lo echaron de la empresa caminera.
Más tarde me lo encontré en la
ciudad de Puerto Montt. Iba caminando muy rápido por una de las calles
centrales. Llevaba terno y corbata. Me saludó mostrando gruesos dientes y
comentó que iba rumbo al puerto para enrolarse como cocinero y viajar por el
mundo. Después de esto le perdí la pista.
Los vicios del alcohol, la droga
y el cigarrillo, representan cárceles desde cuyos sitios se hace difícil
escapar. Por esta razón, hay quienes por considerarse muy débiles frente a esto,
buscan ayuda. En otras ocasiones son las atrofias las que hacen recapacitar a
los individuos. Es decir, algo tiene que pasarle al ser humano, algo tremendo,
algo trágico, para que tome la decisión de dejar para siempre uno de estos
tormentos.
.El día 12 de marzo (2013) será
para mí una especie de emblema. Lo recuerdo a cada instante y creo que al paso
de años será igual. Este fue el momento en que entré en la desesperación total.
Se me paralizó una parte del rostro. En los inicios, es decir en los primeros
tres días antes de ser llevado a la
Posta de Urgencia, sentí que alguien me tiraba las orejas.
Era tan persistente esto que, como se cree en Chile, pensé que alguna persona
(o varias) me estaba “pelando” (chismoseando). Al segundo día empecé a sentir
que se me paralizaba la parte izquierda de la boca. Al paso de horas un ojo
comenzaba a cerrarse y al mirarme al espejo me di cuenta que el rostro se
estaba desfigurando.
Con todo lo expuesto es de
suponer que ya no podía masticar alimentos, porque la boca estaba paralizada y
no lograba abrirla completa.
Mi larga experiencia en temas de
patologías hacen saber de éstas desde edad temprana. Fui hombre enfermizo en la
pubertad, por ser esquivo a alimentaciones requeridas. Iré al grano de
inmediato.
Los médicos señalaron que se
trataba de un virus (que llevamos todos dentro de nuestro organismo) el cual
afloró, precisamente, al sorprenderme con defensas bajas. Con este diagnóstico,
dejaban por el suelo el temor de un accidente vascular.
Antes de visitar la Posta , dejé, por temor, de
fumar los veinte cigarrillos que consumía al día. Como en esos meses (antes de
la parálisis) comía lo que encontraba en el camino, dejé también el “vicio del
pan” y las bohemias los fines de semana. Cuando comuniqué esto a los médicos,
en mi escaso vocabulario por la tirantez del labio, ellos se alegraron, pero al
mismo tiempo sentí que me creyeron poco. En el momento de escribir esta
crónica, sin embargo, (debo decirlo con orgullo) llevo exactamente cuatro meses
y ocho días “sin estos excesos”.
El virus en cuestión, había
atacado las escasas defensas hasta destruirlas. Pesaba quince kilos más del
peso normal ¿Pero cómo entró al cuadrilátero el desgraciado?. La respuesta es
la siguiente: por encontrarme vulnerable a todo. ¿Pero ese “todo” cómo se
produjo?. Por alimentación descontrolada y chatarra, por exceso de cigarrillos
y por problemas acumulados en la mente. En cuanto a esto último, había recibido
pésimas noticias desde muchos lados, más otras acumuladas al paso de meses.
De la Posta salí con un parche en
el ojo y la boca chueca. Así debí caminar por calles sintiendo que muchos
observaban y con una lista de medicamentos por comprar.
En las redes sociales muchos dan
a conocer estas dolencias y reciben palabras de aliento. En mi caso, guardé
silencio profundo y a nadie comuniqué más allá de cinco personas, las más
cercanas, al margen de familiares. Conservo fotos horribles de los primeros
días. Quise estar alejado de palabras de aliento, aunque seguí escribiendo en
Facebook, usando mis manos intactas. Ahora, ya casi el 90 por ciento
recuperado, me atrevo a narrar esta aventura.
Dejé de fumar sin que nadie me lo
pidiera. Es decir, lo pidió mi sombra, mi yo, regañándose a cada minuto.
Esto originó a la vez que
decidiera hacerme exámenes rigurosos en cuerpo y mente. En eso he estado en los
últimos días. Los facultativos dijeron que pasarían desde tres semanas hasta
seis meses para lograr una recuperación casi total. Es decir, aún falta para
esto, pero por lo menos puedo hablar, aunque cuando lo hago me agito y tiendo a
emocionarme, a llorar por dentro. Son cosas del virus.
En otras palabras, y como dije
anteriormente, al hombre debe sucederle algo muy escabroso para darse cuenta de
excesos y dejarlos.
No niego que he sentido deseos de
fumar. Pero cuando esto sucede, y como soy sagitario, vienen a mi mente esas
imágenes del rostro paralizado, de la fealdad, y que la vida no puede vivirse
con dolencias, sino en plenitud y aplausos. Es el momento en que pisoteo las
ansias.
Nadie pidió que dejara de fumar,
es cierto, pero en mi caso fue decisión de adentro. En calles veo gente con el
pucho en la boca y no siento envidia. Cada cual sabe y es dueño de su cuerpo y
destino.
Y si bien en algún momento, en
alguna hora, todos llegamos al cementerio, o campo santo, o como se le quiera
llamar, sentí que aún me faltan muchas cosas por hacer, y para llegar a destino
requiero de un automóvil con el motor en buen estado, de lo contrario, quedaré botado
en el camino.
¿Pero cómo lo hago para que esto
sea duradero o eterno?. Para eso he clavado un asta en la hoja de una agenda
con la siguiente leyenda: “Sin fumar desde 12 de marzo de 2013” . Y estas palabras las
leo cada vez que se cumple otro mes sin humo.
Amén..
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