sábado, 29 de mayo de 2010

Nacen para morir


Obra pictórica de Luisa Ayala Pinochet


Nacen para morir
Escribe Carlos Amador Marchant



Mueren los seres a cada momento. Comienzan a morir los que pensaban en la muerte. La vida está instalada a partir de ella. Es posible que los soles algún día se inunden de mares. Es posible.
Estoy pensando y (es posible) que cuando pienso, no pienso en nada.
Esta dualidad se agiganta a veces en mi garganta. Alguien me dijo desde el norte de Chile, que era mejor dejarnos abrazar, amigarnos, porque se nos avecina la muerte. No entiendo qué conflictos hubo. Pero me late que esas palabras surgieron a merced del temor a los últimos años.
Claro, así es la vida, cantamos, bailamos, a veces nos interesa un carajo el sufrimiento del vecino. Otras, nos abrazamos al surgir temores, especialmente cuando se avecina el famoso “patio de los callados”.
Al traer al presente este patio, llegan a la mente poetas que se han entregado a la nueva vida del silencio. Han sido varios. El año pasado en Valparaíso se suicidó una poeta, meses después muere otro que había dejado su legado a los niños. Todos, de alguna manera, insertaron su arte en regiones.
Al repasar las fotos de quienes ya no están, sus voces en algunos videos, creemos, precisamente, en el sueño de la vida (Calderón de la Barca).
Gracias al avance de las comunicaciones, el Internet, la población, los amantes de la palabra, se enteran aun más de los fallecimientos de quienes se consagraron con su verbo en provincias. Antes no era posible, sólo se podía recurrir a los medios de comunicación que no alcanzaban el tiraje nacional, es decir, quedaban en el olvido absoluto.
Pero mueren los seres a cada momento. Esto es cierto, nacemos para morir, o morimos para vivir.
Hay quienes, curiosamente, he logrado conocer casi al final de sus vidas. Es el caso del poeta Eduardo Díaz Espinoza, el “Pelao”, como le decían sus cercanos y sobretodo en la lejana Antofagasta. Amigo de Sabella, de Bahamonde, de Rivera Letelier y de casi todos los que desde ese puerto se movilizan con sus letras.
Por razones de haberme metido al tema gremial desde 2003 hasta el 2007, como presidente de la SECH Valparaíso, tuve que asistir a varios encuentros de filiales en la casona histórica de Almirante Simpson 7 de Santiago.
Es probable que a Eduardo lo haya contactado en la década del 80, pero en ese tiempo andábamos todos en otras cosas, y a veces los nombres van quedando traspapelados. Promotor de generaciones, incansable conversador, “el pelao” se las ingenió para dejar su nombre en el norte. Si bien su obra no fue extensa, era poseedor de conocimientos extraordinarios, herencia, por cierto, de Sabella.
En la vieja casona de los escritores en Santiago, cuando nos encontrábamos con Díaz Espinoza, su voz retumbaba en todas las paredes. Tenía ese sonsonete típico de los antofagastinos, una combinación de aire y tierra.
Por ese tiempo el pelao ya había pasado los 66 años y en su físico se veía venir alguna enfermedad que lo maltrataría hasta el año 2009 (enero) momento en que falleció.
Casi por el 2006 lo recuerdo con una diabetes que lo carcomía. Debía pincharse los dedos de las manos cada ciertas horas para saber su estado de azúcar en la sangre. Esa situación, a veces, me parecía humorística, porque su olvido lo hacía trasladarse al hotel donde hospedábamos en calidad de emergencia.
Entendí, tras varios años asistiendo a encuentros literarios donde estábamos todos los presidentes de filiales que, con “el pelao”, había que ser amigo, nunca contradecirlo, porque poseía un diálogo casi flamígero.
Eduardo Díaz hablaba fuerte y se agarraba la mesa cuando estaba en desacuerdo con alguna postura gremial. También, por cierto, tenía cierto dejo de humildad. Aprendí a conocerlo bien en sus estados de diálogos. Cuando agarraba la metralleta no había quién saliera vivo de la sala.
Me invitó un día a Antofagasta. Esa ciudad siempre me había dejado el recuerdo de un premio nacional de poesía del año 1979, juntos a Alicia Enríquez y Juan Mihovilovic. Acepté el reto y viajé en bus por el desierto. Era el 2004. Allí se realizaba una mini feria del libro en la Casa de la Cultura, donde ya se exponían algunas cosas del fallecido Andrés Sabella: su catre, sus libros, casi todas cosas humildes.
Caminé por las calles de la ciudad junto a Eduardo. Conocí a su familia. Almorcé en su casa. Fueron tres días donde pude recorrer mi pasado. Eduardo Díaz fue gentil conmigo, al margen de su personalidad avasalladora de sus finales.
Después de compartir varios otros encuentros en el hotel España de Santiago, un día cualquiera, Eduardo se encuentra conmigo de nuevo en la capital de Chile y no me da la cara, me gritonea, me descalifica. Nunca supe el motivo. Traté de averiguar. Nada obtuve.
Tres meses antes de morir (octubre de 2008) me llega un mail de él seguramente desde su cama de moribundo: “ Carlos Amador, lamento mi mal proceder para contigo. Tal vez estas líneas nos sirvan de despedida, un abrazo fraterno, el tiempo de mi vida se acorta aceleradamente y lamentablemente ya no lo puedo detener (Eduardo Díaz, 30 de octubre de 2008). Acepté este “perdón” que me trajo un nuevo aire mientras él moría. Me dio a entender que él junto a su familia eran seres valiosos.
Las muertes están en cada espacio. Por eso cuando recorro Santiago voy mirando sus calles y sus hoteles, en cada uno de esos rincones respiran los hombres que ya no están.
Estoy hablando de dirigentes SECH a lo largo del país, en consecuencia, no de sus obras ni de sus talentos.
Dinko Pavlov también murió hace unos días. Como presidente SECH Magallanes lo conocí en un encuentro primero del 2005. En un hotel a pasos de la Casa Gremialista, compartió mi pieza que tenía tres camas. Recuerdo haber entrado a la habitación a eso de las cinco de la tarde. Dejé mis cosas, mis maletas, pero sobre el tercer lecho vi una cantidad de libros. Transcurrieron las horas y, estricto en temas de privacidad, casi al mediar las 12 de la noche me celebré estar solo en esa amplia sala. Precisamente a las 12 y cuarto alguien golpeteó la puerta. Me levanté y abrí. Me encontré con un hombre de casi dos metros, de mirada fantasmal. Me dijo: “Soy Dinko Pavlov y debo dormir aquí..¿quién eres tú?. Le di mis señas y entró. Conversamos quince minutos y una vez que me conoció criticó estar acostado “demasiado temprano”. Lo mismo desembocó en ponerme ropas y seguirlo al bar del hotel. Cinco horas conversamos en medio de vinos y cigarros.
Con Pavlov alternamos en otros varios encuentros de escritores. Siempre en las reuniones se sentaba junto “al pelao” Díaz y ambos hacían de las reuniones un sin fin de controversias.
Estas mismas fueron “empapelando” los mail en la actual tecnología comunicacional.
Recuerdo en uno de los encuentros gremiales haber trasladado las cenizas del poeta Rolando Cárdenas.
La ánfora estuvo en una de las mesas de los salones de la SECH al finalizar el año 2005. La idea era llevar estas cenizas al sur de Chile, lugar donde nació el poeta. La idea, por otra parte, de Pavlov, fue salir con la ánfora hasta la “Unión Chica” lugar de encuentros de artistas y escritores. Hacia allá fuimos todos. Ese momento me pareció terrible. Creí llevar a un difunto por las calles de Santiago, a aquel que habló, recitó, bailó, gritó, y que ahora estaba transformado en cenizas.
En “La Unión Chica” los poetas, en medio de la cara de extrañeza de la gente, recitaron, reían, conversaron. La ánfora estaba sobre la mesa. En esa misma mesa junto a ella, se pusieron vasos de vinos, botellas, comidas y el cadáver del poeta en cenizas estaba junto a los comensales. Todo era natural. Para mí esos momentos fueron de reflexión sobre la vida.
Finalmente, saliendo del lugar de tertulia, alguien sacó fotos del momento. Todos quisieron ponerse para salir elevando la ánfora de Cárdenas.
Pavlov y el “Pelao” Díaz también fueron cremados. Las cenizas de Pavlov, el mismo de la idea de llevar la ánfora a” La Unión Chica”, fueron lanzadas al océano del Estrecho de Magallanes, otra parte a La Serena. No tengo noticias de las del “Pelao” Diaz”.
Estamos hablando de la vida. De los que se fueron. De los que hicieron cosas en provincia, de los que hablaron de ser y no ser, de los que llevaron las cenizas de alguien y que al final también se transformaron en ellas.

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Sobre ballenas y un libro Estimado amigo Carlos Amador Marchant: agradezco emocionado la mención que haces de mi novela en tu bella y emocionante crónica. Un fuerte abrazo desde España. Luis Sepúlveda(escritor) 24 de julio de 2010 15:03 ........................................................ Sobre ballenas y un libro Estimado Carlos: Gracias una vez más, por cierto, tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunidas en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo. Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias Luis Sepúlveda (escritor) 26-07-2010 ........................................................ Crónica "Dame de beber con tus zapatos". Luis Sepúlveda (escritor) dijo... Querido amigo, como siempre disfruto y me maravillo con tus crónicas. ¿Para cuando un libro? un abrazo Lucho (Gijón-España) 10 de julio de 2011 15:25 .................................................... Sobre Ballenas y un libro Fuertes imágenes de una historia y una matanza, y de un lugar, que sobrecogen. Con pocos elementos, pero muy contundentes, logras transmitir una sensación de horror y asco que no se olvidan. He estado en Quintay varias veces, y sé lo que se siente al recorrer las ruinas de la factoría; mientras uno se imagina los cientos de ballenas muertas infladas, flotando en la ensenada, en espera del momento de su descuartizamiento, antes de ser hervidas en calderos gigantescos e infernales, para extraer el aceite y el ámbar, tan apetecidos por la industria cosmética en el siglo XX , así como lo fue (el aceite) para el alumbrado callejero en el siglo XIX... Crónica muy bien lograda. Un abrazo. Camilo Taufic Santiago de Chile. 27-07-2010 ........................................................ Sobre "Los caballos y otros animales junto al hombre" Tus asnos, caballos, burros y vacas son otra cosa, por cierto, tan cercanos al hombre, tan del hombre. Te adjunto una vieja fotografía de dos palominos que tomé en las montañas de Apalachia, en Carolina del Norte, allá por el año 1983. Encuentro interesante y muy amena la manera en que hilvanas tus textos, siempre uniendo al tema alguna faceta literaria o cultural (en este caso, Delia del Carril, Virginia Vidal, Nemesio Antúnez, Santos Chavez). Hace tiempo te dije que no desistieras de tus crónicas, que van a quedar, y mis palabras fueron corroboradas recientemente por Lucho Sepúlveda cuando él te escribió a propósito de tu artículo Sobre ballenas y un libro: "Estimado Carlos: (...) Tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunida en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo. Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias. Lucho". Y eso digo yo también, que tus crónicas son estupendas. Te escribe desde Benalmádena, Málaga. Oliver Welden (poeta) 21 de agosto de 2010 ...................................................... Sobre "El corcoveo de los apellidos..." ¡Notable, muy bueno! Escribir sobre la configuración de su nombre, con esa transparencia en el decir es algo que se agradece, precisamente en un pequeño universo donde lo que más pareciera importar es "el nombre". Además, esas referencias a los escritores nortinos siempre son bienvenidas, pareciera que no siempre ellas abundan en la crónica y crítica nacional. Ernesto Guajardo (Valparaíso-15 noviembre-2010)

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