Escribe Carlos Amador Marchant
Cuando uno vive en zonas extremas es pan diario la relación con el país vecino. Se trata de una especial unificación que hace desaparecer fronteras y los humanos terminan siendo uno solo.
Me ocurrió al vivir por largas décadas en la ciudad chilena de Arica, cercana a minutos de Tacna- Perú. (1970-1985). Los canales de TV del Rimac estaban en el living de mi casa, las radioemisoras, las noticias. Y en ambas ciudades, por cierto, el hormiguear de chilenos y peruanos se confundía entre vocablos diversos.
Caían a mis manos decenas de autores de ese país y, en consecuencia, me fui nutriendo de esa tierra hermana: Ricardo Palma, José María Eguren, César Vallejo, José Carlos Mariátegui, Ciro Alegría, José María Arguedas, Manuel Scorza, Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa, por nombrar algunos de la extensa lista.
Un día, caminando por las estrechas calles de la ciudad, en una librería de viejos, me llamó la atención un libro. Al comprarlo, en sus páginas interiores me alumbró una frase: “...mi única filosofía, la que me enseñara el cementerio de mi pueblo..”.
Era joven, y es probable que estas palabras me siguieran por largo tiempo, en una constante persecución.
Abraham Valdelomar era el poeta. ¿De mi generación quién conocía a Valdelomar?. Es posible que muy pocos. Veinte años después (por 1999), Elí Martín, lo comparaba con nuestro Oscar Castro, poniendo como énfasis el tema de su producción dentro del territorio nacional. Concuerdo con esta apreciación al unir entre ambos autores muertes prematuras: Castro a los 37 y Valdelomar a los 31 años. Es decir, opción creativa de continuidad, truncada por ciertas adversidades del destino.
Hubo quien en la década del 80 dijo que “si Castro no hubiese fallecido tan joven se iba a instalar como uno de los grandes-grandes”. Su profundidad y fluidez en poesía, cuento, novela, así lo delatan. Me “choca”, y debo decirlo, que, con el afán de no dejarlo en el olvido, le hayan musicalizado una gran cantidad de poemas. No quiero decir que sea negativo, pero lo prefiero sólo con su escritura, es como que le hubiesen quitado su identidad, el misterio, el deseo de leerlo con ansias. Sin embargo, más allá de su tuberculosis temprana y sus caminos llagados, quedó, y está, y seguirá estando.
Abraham Valdelomar, si bien desarrolló casi la mayoría de los géneros literarios, es considerado por sus pares como uno de los avezados cuentistas peruanos junto a Julio Ramón Ribeyro.
Es dueño de una prolífera obra que demuestra preocupación, y por cierto el carácter observador e inquieto de este poeta nacido en Ica en 1888. Muchas de ellas expuestas en diarios y revistas y que luego fueron recopiladas para ser transformadas en formato libro: “El caballero Carmelo” y “Los hijos del Sol” (cuentos). Hay dramaturgia, hay novelas, hay crónicas, ensayos, poesía.
Valdelomar viaja a Europa, regresa luego a su tierra. Sus biógrafos lo retratan como un hombre inquieto y buen talante. Hace vida pública, un poco de política. Pero no es una persona arrogante como muchos lo retrataron, más bien casi al final de su vida gustó del “efectismo” para hacerse notar frente a una clase social con la que no simpatizaba. Le interesa, fundamentalmente, el pasado histórico de Perú, desde el tiempo de los Incas. Era bondadoso, profundo, buen lector, sensible: “Hoy quisiera, señora, cantar vuestros hermosos/prestigios, el divino don de vuestra belleza,/vuestro selecto espíritu elogiar en mi canto, /pero a mi derredor sólo escucho sollozos…”.
Valdelomar era querido en su tierra y más aun en Ica. Realiza conferencias en casi todo el territorio peruano y finalmente es proclamado diputado por su provincia. Y su muerte está relacionada con este último acontecer de júbilo, de inquietante ir y venir. Dicen los historiadores que, en Ayacucho, venía bajando una escala empinada de piedra y cayó al tropezar desde una altura de siete metros. Permítanme repetir esa frase que me acompañó desde joven: “mi única filosofía, la que me enseñara el cementerio de mi pueblo…”. Una decena de indígenas, a quienes amaba, cargaron su ataúd.
La relación que hice entre Valdelomar y Castro se une también con el mes en que fallecieron: noviembre. Castro fue el 1 de noviembre de 1947 y Valdelomar el 3 del mismo mes, pero del año 1919.
No me soslayo frente a la buena literatura. La busco y la entiendo en sus diferentes corrientes y tiempos, a la de los países latinoamericanos, a las de otros continentes. Pero mi fluir de ojos estuvo a horas tempranas junto a los peruanos. Sin duda, tiene que ver con mi acercamiento geográfico a ese país, a haber nacido en tierras del norte chileno, aquéllas que antaño no tenían fronteras.
Era una tarde de mucho sol cuando me encontré con Valdelomar. Otro tanto con el malogrado José Santos Chocano: “ El Cantor de América”, quien muriera dentro de un tranvía, en Chile, en manos de un esquizofrénico. Fue en octubre de 1934, es decir un mes antes de los dos poetas ya citados.
La filosofía marcada en el cementerio de mi pueblo. ¿Qué más quiero si con esta frase lo dijo todo?. Y a fin de cuentas, Abraham Valdelomar, sigue vivo bajo este recuerdo.
editor
5 comentarios:
Interesante, mis felicitaciones y agradecimiento por compartir, un abrazo fraterno desde Santiago de Chile,
Leo Lobos
Excelente la reseña sobre el poeta peruano que ahora se convierte en
lectura obligatoria.
Un abrazo
Ismael Valdivia.
Gracias por su información y por compartir con nosotros su espacio literario. Haremos enlace a uno de nuestros espacios, llamado las pasiones de la duquesa. Muchas gracias.
Atentamente.
Raquel Viejobueno Rodríguez
Como de costumbre estimado amigo, excelente tu crónica. La única crítica que puedo hacerte, es que aún no me envías nada para La Cazuela. Un fraternal abrazo
Gastón Herrera Cortés.
Resp: En estos días va algo para "La Cazuela"...Sin falta...abrazos..
CAM)
Encantada de entrar a tu espacio y por supuesto; la crónica de AbraHam Valdelomar, - lectura necesaria en los colegios - corta pero concisa.
Te invito a mi blog personal y al de mi novela:
http://bernardina-delcieloalinfierno.blogspot.com/
Ambos a tu disposición para que - si deseas - anunciar tus libros y formas de adquirirlos. ¡Enhorabuena! Un cordial saludo. Virginia Oviedo
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