sábado, 13 de noviembre de 2010
El corcoveo de los apellidos y las buenas o malas pasadas
El corcoveo de los apellidos y las buenas o malas pasadas
Escribe Carlos Amador Marchant
Con algo de sonrisa, con la picardía del huaso, aunque soy del desierto, de la sal, de los peladeros y piedras, traeré al presente un pasado (rememorāre en fiel latín), pero esta vez de mi nombre, aquel que sale en las portadas de los libros..
Desde aquí comienza una larga historia, enredada entre satisfacciones, exclusiones y hasta distanciamientos.
Primera vez que hago esta especie de ejercicio y espero no caer en lo fatuo y personalista.
Por cierto ya saben mi nombre y aunque no se hace necesario repetirlo, lo expondré para darle el contenido a esta crónica: Carlos Amador Marchant Crespo. Tal como ustedes lo leen, así firmaba mis primeros artículos literarios aparecidos en 1974. Diarios para recordar: “La Defensa”, “La Concordia”, ambos de Arica-Chile.
Nana Gutiérrez, la antipoeta de esa misma ciudad, quien se atrevía a lanzar flechas y dardos a cuanta poeta apareciera: “Han de saber ustedes/que no hay nada más deplorable/nada más fastidioso/ que las señoritas poetisas/Estas señoritas han invadido el mundo/han invadido los círculos literarios/han hecho morir del corazón, a varios catedráticos./ ........ », fue la primera en gritarme por teléfono : ¡¡Acorta el nombre, hombre, acórtalo !!.
Decía, entre otras cosas, que ningún lector se acordaría del autor de tales escritos. Me pedía, por consiguiente, eliminar por lo menos un apellido o un nombre: ¡Hazlo de prisa !, gatillaba.
Largas noches estuve meditando sobre esto. Surgió la idea, entonces, de firmar como « Carlos Marchant », pero curiosamente por esos años un tipo con ese mismo nombre había sido detenido por robo (esto salió en la prensa). Aconteció este hecho un día que me ausenté de la universidad, y los malintencionados, los curiosos de siempre, pensaron que el ladrón pude haber sido yo. Razón más que fundamentada para olvidarme de esta opción. Además, al revisar la agenda telefónica logré percatarme que existían cientos de hombres con estas mismas señas.
Las horas siguieron y surgió el « Amador Marchant », pero no quise mancillar el sello de mi padre ni unirlo a la categoría de poeta. Él era un sastre, un honorable sastre. Cuento final, opté por fusionar dos nombres con el apellido paterno. De esta forma quedaba excluido el materno con millones de explicaciones a mi progenitora, quien logró entender la situación. Así firmo hasta estos días.
La Gutiérrez, obviamente, fue la primera en felicitarme. En los diarios vio un nuevo registro y con palabras retumbantes me dio a conocer su alegría por el teléfono : »¡Qué buen nombre, hombre, qué buen nombre !!!! », ametrallaba.
Sin embargo, todo no fue color de rosas.
Comencé a percatarme que el régimen imperante introducía registros con apellidos extranjeros en poesía, poetas que aparecieron, que dieron recitales y que nunca más se supo de ellos. Algo así como pequeños o grandes estafadores del arte. La idea era que la fuerza que ejercía la poesía, sus mismos exponentes, desaparecieran. No ocurrió así. No lo lograron. No se pudo. Los creadores se fueron a las peñas, a pequeños lugares de tertulias, se comunicaban por correo, crearon revistas, hasta formar la generación de ese tiempo, la del ochenta.
Entonces, y volviendo atrás con el tema, me percato que algo no funcionaba al exterior.
Si bien yo compartía con todos los poetas de la época (noches y hasta amanecidas con seviches y vino tinto), veo con nostalgia mi nombre extraviado en el entorno. Había conseguido un trabajo menor en la universidad, en la biblioteca del campus Saucache. El resto de los jóvenes creadores eran cesantes. Alguien me dijo por ahí: « nosotros estamos en las peñas, tú trabajas con salario mensual ». Muy cierto, aunque tampoco era correcto establecer una moda en donde todos los poetas estuvieran sin trabajo. La respuesta a este « fenómeno » vino al comenzar 1985. La CNI me detiene junto a otro vate y me lanzan a la calle al finalizar ese mismo año.
Mi nombre se unió a otros que aparecían en el concierto literario del norte : Muñoz (Mayo) ; Rojas (Walter) ; Ayala (Juvenal); Martínez (José); Faúndez (Florencio) ; Volantines (Arturo), pero el mío era (tal vez) el primero que salía a la palestra con la fusión de nombres. El tema, por lo demás, es que sonaba siútico. Muchos, sin conocerme, creo, también percibían esta especie de siutiquez.
Me lo confirmó una locutora de la radio Universidad del Norte en 1974.
Fui citado para ser entrevistado a las cuatro de la tarde de un lunes. Era un día importante para mí. Me gustaban las entrevistas. Ahora no tanto.
Unido a este placer de estar en los micrófonos, llegué media hora antes a la emisora. En esos días era yo un tipo delgadísimo, de aquéllos que se les salían los huesos por los codos, y al mismo tiempo de rostro y pómulos prominentes que eran tapados por una melena azabache que llegaba hasta los hombros. Gustaba usar camisas arremangadas y sueltas de la cintura. Es decir, todo un « gentleman » para la delicada audiencia del momento.
Establecido frente a la oficina de administración radial, se acerca la locutora y con asombro en sus ojos pregunta en qué podía servirme. Le respondí que había sido citado para una entrevista. Cuando le dí mi nombre, y puesto que sería ella la encargada de entrevistarme, pone cara de espanto y nada se guarda, como la típica fémina que lo quiere decir todo en segundos : « ¿Verdad que es usted ?. Pues me lo imaginé alto, corpulento, rubio », sin dejar de exponer una sonrisilla acelerada y nerviosa. Por mucho tiempo no pude descifrar si quiso alabarme u ofenderme. Sólo atiné a responder: « Es lo que hay »
Comprendí que « en cosas y casos de nombres hay mucho que escribir ».
Existen cientos de anécdotas sobre esto. Es decir, como dije anteriormente, no todo fue color de rosas.
Sin embargo, con el tiempo he llegado a querer este registro. Incluso, hasta el extremo si alguien me margina un nombre y pone, por ejemplo, « Carlos Marchant », soy capaz de excomulgarlo de estos territorios de camanchacas. Acaso, he gritado con leves sonrisas (guardando las proporciones, por cierto): « ¿Sería lo mismo si llamamos al Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez, como un común « Juan Jiménez » ?
(El autor del artículo en la década del 80)
Por el año 1992 visitó varias veces Arica un poeta que en la década del 70 había sido incorporado en las páginas de la importante Revista Tebaida. Estuvo en mi casa, caminamos por las calles de la legendaria ciudad desértica. Era un conversador impenitente y devorador de libros como quien no ha probado un bocado en meses. Pasaba de un tema a otro con su voz cantarina y nasal. Era pequeño y delgadísimo y a veces hasta enjuto. Nos percatamos un día que ambos habíamos nacido en Iquique y además teníamos el mismo signo en los bolsillos: sagitario. Por esos días yo conducía un programa radial de arte y en varias ocasiones lo llevé para entrevistarlo. El tiempo se hacía escaso con las anécdotas que pasaban desde la época universitaria, la generación del sesenta y las miradas hacia la poesía nortina. Era, sin duda, todo un personaje sapiencial, y al mismo tiempo alguien que estuvo sin trabajo décadas y décadas. Tebaida, la revista internacional, tuvo la sabiduría de seleccionar bien a quienes incluía en sus páginas.
Pero en materia de nombres, de apellidos, que es el tema que convoca a esta crónica, ha quedado en la historia literaria (poco conocida en el macro de la sociedad) uno de los pasajes de este poeta y su nombre.
En la Universidad del Norte de Antofagasta, cuando los aparatos represivos (1974) comenzaron a buscar a jóvenes intelectuales, muchos de ellos desaparecidos sin poder hasta la fecha encontrarse sus cuerpos, como es el caso del poeta Ariel Santibáñez , las hordas militares ingresaron a los pasillos, a las salas de la casa de estudios. Perseguían, entre otros, a un individuo supuestamente peligroso. Entonces gritaban por todos lados: ¡Buscamos a Guillermo Ross Murray! .Los estudiantes se parapetaban pero todos guardaron silencio. Los matones represivos perseguían (sin conocerlo) a un hombre alto y de presencia gringa, y como en medio de la turba no había nadie con estas características, Guillermo Ross-Murray, el mismísimo, se abrió paso frente a los ojos de los militares y se hizo a la calle.
Amigo entrañable de Ariel Santibáñez, no corrió ese mismo destino. Su estructura física citada anteriormente, lo salvó de las torturas y tal vez del desaparecimiento.
Ross Murray (1944) en estos días trabaja en una biblioteca del puerto iquiqueño y se ha transformado en todo un personaje regional. De intelectual, poeta y dramaturgo, hoy es un historiador capaz de guiar a los más recónditos sitios del puerto, señalando los pasos de la historia de la ciudad. Conoce la casa donde cenó el Presidente Balmaceda antes de iniciarse la Guerra Civil del 91, el nicho del único obrero del salitre sepultado, porque el resto, los casi tres mil fusilados, fueron lanzados a fosas comunes.
Triángulo
Voy quedando sin amigos
como mi madre
de años por vivir
Nada se puede
hacer; mirar
solamente
mirar.
(uno de los primeros poemas de Guillermo Ross Murray (1969-ediciones Mimbre)
Guillermo Ross Murray en la actualidad, en la Biblioteca Alonso de Ercilla.
(ajadas hojas interiores de la Revista Tebaida, donde aparecen poemas de Guillermo Ross Murray,en la década del 70)
El sociólogo Bernardo Guerrero dice de él: “Profesión poeta, Rut y domicilio desconocidos. No se fíe de sus apellidos, a la hora de conocerlo. Hágale caso mejor a la leyenda. Tiene sólo cien libros. Y cuando recibe otro (no es su hábito comprarlos) regala uno. El asunto es que su cábala es el número cien. Dicen que tiene un cuaderno con todos los chistes que se han hecho sobre los militares después del once. Para él todos son imbéciles que hay que desasnar. Todos los jueves escribe cartas que el día viernes echa al correo. Resistió estoicamente al mundo del trabajo. Hoy trabaja en la Biblioteca Alonso de Ercilla. Lee diarios antiguos y le pagan por eso. Un privilegio. Habita la bóveda donde se almacena la historia de Iquique. Tiene una concepción del tiempo inversamente proporcional al del neoliberalismo. Te detiene en cualquier esquina para monologar sobre lo humano y lo divino. Es el poeta eterno de Iquique. Una calle de la caleta-mall-puerto espera por su nombre. Esopo nació en Iquique y Guillermo Ross Murray, pena por él”.
Hay que agregar que casi siempre es jurado de eventos literarios de la zona y los estudiantes lo reclaman en sus charlas. Guillermo es un personaje.
La confusión o lo extraño que produce o lleva un nombre, son asuntos que dan para escribir sin parar.
En el campo del sur austral de Chile, en aquellas casas separadas por kilómetros, en la selva helada, un individuo se llamaba (se llama) John Stewars. Es un personaje que incluí en una de mis novelas inéditas y por corregir. Por años quise conocer al gringo porque se hablaba mucho de su sabiduría al montar los caballos. Un día, cuando dejó de llover, di rienda suelta a mis deseos. Llegué a una choza pobre y rodeada de musgos. Era, en todo caso, el sitio que me habían señalado. Antes de golpear el portón maltrecho de la vivienda, desde la parte trasera observé que se acercaba un hombre. Le grité que buscaba a John Stewars y no dijo nada hasta estar a unos centímetros de mi rostro. En medio de la tarde húmeda, me mostró su boca desdentada y su olor a tierra y animales. Vestía unas botas de goma y su camisa estaba desgarrada. Entonces, con su voz de campesino cordillerano y analfabeto, por fin dijo unas sílabas: “Soy yo…mande usted”.
Es decir, en cosa de nombres hay mucho papel en blanco. Los apellidos, sencillamente, a veces nos juegan una buena o mala pasada.
editor
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Reportajes de CAM (1990-95), rescatados por la Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos (Dibam).
Buscar este blog
Comentarios selectos sobre el material de este blog.
Sobre ballenas y un libro
Estimado amigo Carlos Amador Marchant: agradezco emocionado la mención que haces de mi novela en tu bella y emocionante crónica.
Un fuerte abrazo desde España.
Luis Sepúlveda(escritor)
24 de julio de 2010 15:03
........................................................
Sobre ballenas y un libro
Estimado Carlos: Gracias una vez más, por cierto, tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunidas en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo.
Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias
Luis Sepúlveda (escritor)
26-07-2010
........................................................
Crónica "Dame de beber con tus zapatos".
Luis Sepúlveda (escritor) dijo...
Querido amigo, como siempre disfruto y me maravillo con tus crónicas. ¿Para cuando un libro?
un abrazo
Lucho
(Gijón-España)
10 de julio de 2011 15:25
....................................................
Sobre Ballenas y un libro
Fuertes imágenes de una historia y una matanza, y de un lugar, que sobrecogen. Con pocos elementos, pero muy contundentes, logras transmitir una sensación de horror y asco que no se olvidan. He estado en Quintay varias veces, y sé lo que se siente al recorrer las ruinas de la factoría; mientras uno se imagina los cientos de ballenas muertas infladas, flotando en la ensenada, en espera del momento de su descuartizamiento, antes de ser hervidas en calderos gigantescos e infernales, para extraer el aceite y el ámbar, tan apetecidos por la industria cosmética en el siglo XX , así como lo fue (el aceite) para el alumbrado callejero en el siglo XIX... Crónica muy bien lograda. Un abrazo.
Camilo Taufic
Santiago de Chile.
27-07-2010
........................................................
Sobre "Los caballos y otros animales junto al hombre"
Tus asnos, caballos, burros y vacas son otra cosa, por cierto, tan cercanos al hombre, tan del hombre. Te adjunto una vieja fotografía de dos palominos que tomé en las montañas de Apalachia, en Carolina del Norte, allá por el año 1983. Encuentro interesante y muy amena la manera en que hilvanas tus textos, siempre uniendo al tema alguna faceta literaria o cultural (en este caso, Delia del Carril, Virginia Vidal, Nemesio Antúnez, Santos Chavez). Hace tiempo te dije que no desistieras de tus crónicas, que van a quedar, y mis palabras fueron corroboradas recientemente por Lucho Sepúlveda cuando él te escribió a propósito de tu artículo Sobre ballenas y un libro: "Estimado Carlos: (...) Tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunida en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo. Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias. Lucho". Y eso digo yo también, que tus crónicas son estupendas. Te escribe desde Benalmádena, Málaga.
Oliver Welden (poeta)
21 de agosto de 2010
......................................................
Sobre "El corcoveo de los apellidos..."
¡Notable, muy bueno! Escribir sobre la configuración de su nombre, con esa transparencia en el decir es algo que se agradece, precisamente en un pequeño universo donde lo que más pareciera importar es "el nombre". Además, esas referencias a los escritores nortinos siempre son bienvenidas, pareciera que no siempre ellas abundan en la crónica y crítica nacional.
Ernesto Guajardo
(Valparaíso-15 noviembre-2010)
1 comentario:
¡Notable, muy bueno! Escribir sobre la configuración de su nombre, con esa transparencia en el decir es algo que se agradece, precisamente en un pequeño universo donde lo que más pareciera importar es "el nombre". Además, esas referencias a los escritores nortinos siempre son bienvenidas, pareciera que no siempre ellas abundan en la crónica y crítica nacional. Ernesto Guajardo (Valparaíso-15 noviembre-2010)
Publicar un comentario