Escribe carlos Amador Marchant
Cuando echan al suelo una
construcción de época, que ha involucrado socialmente a muchas generaciones, es
como que clavaran un cuchillo al estómago. En la ciudad de Iquique, la segunda
más importante del norte desértico de Chile, están ocurriendo estas cosas.
¿Quién y cómo se toman estas determinaciones?. Nunca se logra saber. Lo
concreto es que, sin duda, se mueven intereses económicos.
Quienes no lo saben, Iquique es
un puerto enraizado y al mismo tiempo “corcheteado”, a la historia. El
inminente auge de la producción salitrera en el siglo XIX, pasando por guerras
externas e internas, más el desarrollo social que se gesta desde este lugar y
que se expande luego al territorio nacional, dicen mucho de esto.
Estamos hablando, en
consecuencia, de un territorio que exhala historia por sus cuatro costados y
que, en forma certera, ha soportado también tragedias que la piedra, la misma
piedra, se resiste a olvidar.
Hay mucho escrito sobre este
territorio nortino, pero no lo suficiente. Hoy en día, en contraste, se habla
más de las nuevas edificaciones, las que transforman al lugar en cosmopolita; pero
no se dice lo que realmente representa esta tierra para el país, para el orbe.
Hablo de construcciones. Y al
hablar de éstas, me refiero específicamente al edificio (ex) de la Escuela Domingo Santa María.
Junto a mí, cientos, miles de seres, iniciaron desde 1961, sus estudios
primarios. De éstos, por cierto, cantidades enormes de profesionales que se han
destacado.
Al frente de esta escuela está el
Mercado Municipal. Y en una esquina del establecimiento, un monolito
recordatorio, miserable y olvidado en el tiempo, en honor a los miles de caídos
en la Matanza
de la Santa María.
Hubo muchos recuerdos en esas
salas antiguas que bien pudieron transformarse en museo histórico.
Visité el lugar antes de ser
derrumbado.
Fue en febrero de 2010. Había
ideado ese viaje tras treinta años sin visitar el puerto natal. Y justamente la
intención había sido fotografiar edificaciones de épocas, aquéllas que
mantienen al hombre vivo. Sin embargo, a esta escuela, donde aprendí a leer y a
escribir, donde en sus cimientos se mantendrá eterno el sufrimiento de pampinos
acribillados en 1907 tras bajar cerros del desierto para pedir mejoras
salariales, sólo pude verla por fuera; la tenían cerrada por peligro de
derrumbe.
Antes de iniciar este viaje le
había dicho a mi amigo (poeta chileno radicado en España) Oliver Welden, que a
mi regreso escribiría un reportaje sobre sensaciones de retornar a los lugares
de niñez (si es que regresaba vivo, por cierto). Y así lo hice. A dos días de
mi regreso a Valparaíso, en el mismo mes de febrero de ese año lanzo el material
en mi blog. No podía ser de otra forma: habían sido muchas las sensaciones y un
deseo estrepitoso de reventar en llantos.
Mi hermana menor que aún radica
en ese puerto, me había expresado casi con desesperación que sacara la mayor
cantidad de fotos, por todos los costados, por murallas, por ventanales, porque
era posible que ese lugar cayera pulverizado en cualquier momento. Y así fue.
Un año después se me comunica de
la demolición de ese edificio.
De esta forma se fueron no sólo
recuerdos de niñez, sino la historia plasmada en la pampa. Aquellas murallas
habían sido levantadas en 1936, ocho años después de ser tragado por las llamas
el original, construido en maderas nobles, en 1883. En el primero se refugiaron
los obreros antes de ser masacrados. Pero la tierra, el espacio, es el mismo.
Se reclama por echar abajo
construcciones antiguas no con el simple afán de recordar enfermizamente, sino
porque el hombre debe aprender de su pasado. De lo contrario, entonces,
podríamos cuestionar la importancia de la arqueología.
Pero acá hay un afán minoritario
de hacer desaparecer la historia. Se trata de grupos con poder que accionan sin
consultar instancias pertinentes. Cabe recordar a la dictadura militar en la
década del 70 del siglo 20, cuando comenzó a incendiar todos los libros que
hablaban de historia, porque en cada uno de éstos veían una supuesta
peligrosidad que hiciera tambalear sus ideas fascistas. Tengo una breve
anécdota: “En mil novecientos ochenta, en Arica, iba subiendo un cerro. No me
percaté que estaban haciendo una redada. Tenían todo acordonado. En mi bolso
llevaba diversos libros. Era mi costumbre llevar textos. Me revisaron de pie a
cabeza. Luego abrieron mi bolso. Un teniente leyó los títulos de cinco libros,
y le llamó la atención uno que decía: “Bodas de sangre”. No le interesó el
autor, sólo la palabra: “sangre”. Me tuvieron detenido por varios minutos y no
querían soltarme. Me pidieron, con dudas, explicara por qué andaba con un libro
donde la palabra “sangre” era peligrosa, era confundida con extremismo.”
De acuerdo a las escasas
informaciones aparecidas en prensa de la región, en el subsuelo de la escuela
encontraron napas de agua dulce y arenilla. ¿Los cadáveres que aún se
encuentran ahí, se resisten?. También, antes de anunciarse el proyecto de
demolición para construir una nueva escuela, se produjo una serie de
intercambios de palabras entre gente vinculada a la política. Por ahí alguien
dijo (con descaro) que el sitio de los obreros masacrados en 1907, no estaba
allí, sino “un poquito más allá”. En fin.
Imposible tapar la historia.
Siempre queda. Cuando un monolito es sacado, a las semanas aparecen piedras en
montículos, velas, flores. Así ocurre con el pueblo; no olvida.
En el reportaje de 2010 sobre mi
retorno a Iquique tras treinta años de ausencia, nombré a todos los
involucrados en la Matanza
de la Santa María.
No vale la pena volverlos a recordar, siempre estarán, siempre serán los
culpables de un pedazo de nuestra historia patria.
Muchos se quedaron con el deseo
de volver a palpar esas murallas. Las que estaban sobre esos cimientos de
sangre por más de cien años.
En cambio, yo me quedé con una
cantidad de fotos. Y éstas, seguirán estando en mis archivos eternos.
Atrévase a comentar...o bien exponga su preferencia sobre lo que ha leído.... El Editor
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