martes, 3 de julio de 2007

Puertos que no han querido ser caletas



Puertos que no han querido ser caletas.
Escribe Carlos Amador Marchant

La historia de los puertos ligados a nuestro país por su economía y por cierto, las tradiciones, siempre dejan algo interesante para el lector. Y cuando se trata de Valparaíso, o cuando se habla de Iquique pasando por la historia y la ligazón de éstos por la explotación del salitre, con mayor razón.
Quienes conocemos la idiosincrasia del iquiqueño, sus personajes, la dura tarea de enfrentarse a realidades de vida y subsistencia, podemos entender el título que Bernardo Guerrero puso a su libro: “Iquique es Puerto”, editado en el 2002 por Ril.
El sociólogo nortino escudriña en todos los recovecos de ese reducto histórico, que no sólo lleva en sus solapas a personajes como Prat, sino algunos como Arturo Godoy, el Tani Loayza entre más de un centenar de otros que rodean la historia de ese puerto, los miles de años en el concierto de los abandonados territorios, de la escasez de agua, de productividad a prueba de “pronto rico, pronto pobre”.
Por esta razón hemos rescatado este libro para hacer una especie de relación a los nuevos tiempos que vive la economía mundial, donde, por cierto, muchas ciudades, al margen de su historia, deben mirar hacia nuevas reconstrucciones, nuevos caminos o sencillamente se someten a la muerte.
Guerrero comienza la recopilación de datos haciendo una relación entre quienes viven en ese puerto arrinconados a los recuerdos del salitre, pero no es que el autor quiera alejar de este pensamiento perenne, sino más bien para situar a los iquiqueños en un todo, de acuerdo a las etapas que ha ido viviendo el reducto. Él expone: “Los viejos iquiqueños, es decir Los Hijos del Salitre, en un ejercicio estadístico no avalado por Instituto del mismo nombre, dicen y se quejan al mismo tiempo de que en esta ciudad “no quedan más de veinte mil iquiqueños”. Enojados a bordo de un taxi, o bien en los pasillos del Mercado Municipal o en las gradas del Tierra de Campeones, enarbolan sus cifras a todos aquellos que los quieran escuchar.”. En torno a esto mismo, el autor manifiesta no estar de acuerdo con esta opinión, fundamentalmente porque “lo que ellos y ellas arguyen, tienen relación con aquellos iquiqueños e iquiqueñas nacidos al amparo y la gracia de la explotación del salitre. Corresponden, pues, a una etapa de la modernidad iquiqueña en la que esta ciudad se construyó gracias al aporte de miles de migrantes que llegaron con sus sueños a fundar una nueva utopía. Los Hijos del Salitre son el producto del amor de esas miles de esperanzas. El iquiqueño nunca fue químicamente puro. El chango, en última instancia, tampoco lo fue..”.
Con todo, y al margen del tema de “los trasplantados”, creo que el asunto en cuestión tiene que ver con el Iquique y su gente, no importa de dónde haya llegado, con las voces dejadas en los rincones y con la historia pegoteada en ese territorio o “República” como acostumbran a llamarle algunos.
En este sentido hay que decir que Bernardo Guerrero entrega un buen trabajo en cuanto a recopilaciones, los personajes y la historia tejida desde esa tierra antes y después de la Guerra del Pacífico. Los encontrones con el “pronto rico, pronto pobre”. El auge del salitre, la decadencia del mismo, el cierre de las salitreras, el miramiento hacia el mar con la llegada de la industria pesquera, la decadencia de ésta, el hedor de las mismas, la aparición de la Zofri y el retorno de la minería..
Este mismo panorama, contradictorio, ha hecho una verdadera leyenda de quienes han habitado el suelo iquiqueño, sus rincones, el Mercado Municipal, el incendiado Teatro Nacional, La Casa del Deportista, El Micro Estadio, La Avenida Balmaceda, La Plaza Prat, la Escuela Santa María.
Este mismo amor de los iquiqueños por su tierra, los ha llevado a crear requisitos emblemáticos para adquirir la “nacionalidad iquiqueña”. Entre éstas, a manera de humorada, estipulan que a lo menos deben saber cantar el Himno a Iquique, una estrofa de la cantata Santa María, conocer el muelle de pasajeros y El Morro, El Colorado, la Plaza Arica, el Monumento a los Mártires de la Santa María, la animita de Hermógenes San Martín. Pero, entre otros requerimientos, deben incorporar al léxico algunos términos como: Calato, chalequina, a tota, piquichuquis, Cala, Avísale (a modo de saludo), de repente, terciarse, paletó, camanchaca, pupo, hacer descuerpo, catete, tomar lonche, compañones, ojala (sin acento).
La historia de Iquique, sin duda, está en la retina de muchos que se han alejado de esa tierra. Alejados geográficamente, pero siempre con esa ciudad puerto o caleta, en los poros.

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Sobre ballenas y un libro Estimado amigo Carlos Amador Marchant: agradezco emocionado la mención que haces de mi novela en tu bella y emocionante crónica. Un fuerte abrazo desde España. Luis Sepúlveda(escritor) 24 de julio de 2010 15:03 ........................................................ Sobre ballenas y un libro Estimado Carlos: Gracias una vez más, por cierto, tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunidas en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo. Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias Luis Sepúlveda (escritor) 26-07-2010 ........................................................ Crónica "Dame de beber con tus zapatos". Luis Sepúlveda (escritor) dijo... Querido amigo, como siempre disfruto y me maravillo con tus crónicas. ¿Para cuando un libro? un abrazo Lucho (Gijón-España) 10 de julio de 2011 15:25 .................................................... Sobre Ballenas y un libro Fuertes imágenes de una historia y una matanza, y de un lugar, que sobrecogen. Con pocos elementos, pero muy contundentes, logras transmitir una sensación de horror y asco que no se olvidan. He estado en Quintay varias veces, y sé lo que se siente al recorrer las ruinas de la factoría; mientras uno se imagina los cientos de ballenas muertas infladas, flotando en la ensenada, en espera del momento de su descuartizamiento, antes de ser hervidas en calderos gigantescos e infernales, para extraer el aceite y el ámbar, tan apetecidos por la industria cosmética en el siglo XX , así como lo fue (el aceite) para el alumbrado callejero en el siglo XIX... Crónica muy bien lograda. Un abrazo. Camilo Taufic Santiago de Chile. 27-07-2010 ........................................................ Sobre "Los caballos y otros animales junto al hombre" Tus asnos, caballos, burros y vacas son otra cosa, por cierto, tan cercanos al hombre, tan del hombre. Te adjunto una vieja fotografía de dos palominos que tomé en las montañas de Apalachia, en Carolina del Norte, allá por el año 1983. Encuentro interesante y muy amena la manera en que hilvanas tus textos, siempre uniendo al tema alguna faceta literaria o cultural (en este caso, Delia del Carril, Virginia Vidal, Nemesio Antúnez, Santos Chavez). Hace tiempo te dije que no desistieras de tus crónicas, que van a quedar, y mis palabras fueron corroboradas recientemente por Lucho Sepúlveda cuando él te escribió a propósito de tu artículo Sobre ballenas y un libro: "Estimado Carlos: (...) Tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunida en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo. Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias. Lucho". Y eso digo yo también, que tus crónicas son estupendas. Te escribe desde Benalmádena, Málaga. Oliver Welden (poeta) 21 de agosto de 2010 ...................................................... Sobre "El corcoveo de los apellidos..." ¡Notable, muy bueno! Escribir sobre la configuración de su nombre, con esa transparencia en el decir es algo que se agradece, precisamente en un pequeño universo donde lo que más pareciera importar es "el nombre". Además, esas referencias a los escritores nortinos siempre son bienvenidas, pareciera que no siempre ellas abundan en la crónica y crítica nacional. Ernesto Guajardo (Valparaíso-15 noviembre-2010)

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