sábado, 7 de julio de 2007

Chile...¿país de monos?



Chile..¿país de monos?
Escribe Carlos Amador Marchant

De dónde, de qué lugar, de qué aire podrán salir palabras originales que puedan anclar definitivamente en el alma de nuestros conciudadanos. Porque los “monismos” hoy por hoy están a la orden del día y en nuestras calles si te levantas a las seis de la mañana y caminas por avenidas o lugares de ferias tempranas, es mejor que tapes tus oídos o comprimas el cerebro para no percibir los fatídicos cosquilleos producto del asco de entorno.
Chile, sin duda, es un país con serios problemas de identidad. Esto mismo incide en el comportamiento diario de sus habitantes y en nunca saber quiénes somos sin antes mirar para el lado. Es decir, estamos hablando de un arbusto sin raíces “poderosas” que flota a la deriva en un río caudaloso. Nos falta querernos.
El escritor porteño Jaime Valdivieso en uno de sus ensayos que abordan esta temática afirma que “un ejemplo colectivo de esta falta de identidad nacional se manifiesta en un comportamiento individual sin carácter, sin fuertes rasgos propios, sin autoconfianza y credibilidad. Porque los chilenos cambiamos nuestro acento y vocabulario cuando pasamos unos años en otro país de habla castellana como España, Argentina, México o Cuba; y la misma facilidad y permeabilidad con que imitamos todo: desde ideologías, sistemas económicos, técnicas publicitarias en idioma inglés, hasta hábitos diarios (como no sentarse en un cine hasta no haber comprado un paquetón de maíz tostado como se hace en Estados Unidos)”.
Esta situación diaria se transforma en algo enfermizo y de ahí mi alusión anterior a “los cosquilleos producto del asco de entorno”. Y esto, para quienes son sensibles extremos, no es recomendable.
Recuerdo hace mucho tiempo, para poner algunos ejemplos que grafiquen los trastornos de nuestra personalidad, por la década del 80 en uno de los campus de la Universidad de Tarapacá (Arica), lugar donde trabajaba, me percato que una secretaria del cuarto piso, es decir de rectoría (por no decir la secretaria del Rector), utilizaba bastante el adjetivo “obvio”. Y como tenía buena presencia y era simpática, esta afirmación para dar más claridad a los diálogos donde ella participaba, muy pronto fue bajando de pisos hasta establecerse en las bocas de otras de sus pares. El “obvio” corrió como el aceite y luego ancló en los labios de la juventud. Es más que probable que ella haya traído esa palabrita de otros sitios, tal vez en sus viajes a Santiago, al extranjero, no sé. Lo cierto es que alguien después lo alargó a “obviamente”. Y era tan espantoso escuchar a cada rato esta misma canción, que asfixiaba. La “moda” o “falta de carácter” se extendió por lo menos hasta dos años. Creo que ahora de nuevo comienza a aflorar. Espantoso.
Otro ejemplo tiene que ver con la juventud actual, aquéllos que en algún momento quisieron desechar el idioma, transformarlo a su criterio, darle vida y autoría. Alguien comenzó eliminando el “por” por una “x”, y el “más” por un “+”. Alguien lo hizo. Otros le imitaron rápidamente. En este momento es común ver en los mensajes de celulares, en el chat, este tipo de oraciones: “envío muchos besos x este amor que te deposito + ahora que estás tan lejos”…
Por 1997, cuando frecuenté varias oficinas del Congreso Nacional a mi llegada a Valparaíso, comprobé (de nuevo las mujeres) que la secretaria de un parlamentario, joven, hermosa y de buen trato, al contestar el teléfono, en un tono de gracia extrema decía “bueno” al responder lo que le expresaban u ordenaban desde el otro extremo. Pero el adjetivo “bueno” lo usaba en reemplazo de un “perfecto”, “de acuerdo”, “entendido”. Muy pronto ese “bueno” fue saliendo de las gargantas femeninas con un dejo de simpatía y se extendió a “bueeeno?”, como despedida. Cuando me correspondió, semanas más tarde visitar otras oficinas públicas me di cuenta que muchas secretarias, por no decir todas, también utilizaban esa moda que al final culminó en náuseas.
El ex Presidente de la República Ricardo Lagos, en sus galas de buen orador, antes de ser elegido frecuentó en momentos especiales la muletilla “en consecuencia”. Demasiado pronto hasta el más insignificante trabajador administrativo, pasando por parlamentarios, ministros, también usaron esa expresión y algunos hasta la fecha la siguen usando: “Hemos hecho un buen trabajo hasta la fecha, "en consecuencia", debemos perseverar por estos rumbos”
Las jovencitas y por supuesto las secretarias que llevan la delantera, de un tiempo a esta parte dejaron de usar la frase “por favor” y la disminuyeron a “porfa”. Desde sus gargantas salían simpáticas expresiones como éstas: “¿puede venir a las seis de la tarde, ¿porfa?”. Y ya no era una sino miles las que comenzaron a usar la palabra hasta gastarla y cansar a los que la escucharon. Por estos días alguien quiso hacerle una innovación y el “porfa” fue cambiado por el “porfis” y ya son miles y miles de féminas que en vez de decir “por favor” lanzan y ametrallan con el “porfis” que ahora se pasea en las oficinas públicas y privadas. Le dicen al mayordomo: “¿puede traerme un café bien cargado ¿porfis?”
No escapa a esto la forma de expresarse que tuvo Michelle Bachelet, porque fueron muchas las mujeres y algunas ministras que incluso imitaban hasta sus gestos.
En el mundo de la televisión chilena estuvo de moda “Casados con hijos” con los simpáticos personajes del Tito Larraín y la Quena. No fue ajeno ver en los colegios, en los mercados, en las tiendas, cómo las jovencitas imitaban a la Quena cuando hablaba, cuando gesticulaba, cuando se enojaba.
Hace un tiempo a algún morrocotudo se le ocurrió, al referirse al horario en que estaría llegando a cierta reunión, cambiar la frase “más o menos” por “tipín”. Y de inmediato en los más aciagos sitios de nuestro país se escuchó decir: “llegaré a esa reunión “tipín cinco de la tarde”. El “tipín” falleció por asfixia. Menos mal.
En labios de los parlamentarios, en ministros, en quienes ocupan cargos públicos, alguien, no sé quién, un día apareció diciendo, para contestar una pregunta complicada, la frase “a ver”. Pregunta: ¿usted cree que se solucionará el problema del transantiago?...el entrevistado arremete…”A ver..primero diré a usted…” Demasiado pronto, sin duda, ahora todos están con la muletilla penosa.
El problema es que Chile es un país sin identidad propia. Y esto es lo grave, lo que conlleva a todas estas trancas asfixiantes. El propio Jaime Valdivieso lo explica: “La identidad nacional respondería a una cultura nacional que debía ser construida y que se esperaba integrara los mejores elementos y tradiciones de las culturas étnicas existentes. Pero, por supuesto, este proceso no fue natural, espontáneo e ideológicamente neutral. Fue un proceso muy selectivo y excluyente, conducido desde arriba; decidió qué conservar y qué desechar, sin consultar a todos los participantes…”

jueves, 5 de julio de 2007

Tres últimos libros de C.A.M.




Este un un blog destinado a mostrar obras literarias, artículos y pensamientos del autor.

El Hotel Colón



El Hotel Colón después de 120 años.
Escribe Carlos Amador Marchant

Se me ocurrió pasar por el Hotel Colón exclusivamente porque me dije que allí había no sólo una parte de las almas de este mundo (porque las hay en cualquier edificio antiguo de Valparaíso), sino más bien debido a que alguien, en una esquina, me había hablado a hurtadillas de esas cosas que hacen los del teatro, que sus voces quedan, por lo profundo, en los rincones, por lo locuaz de sus voces, por lo neurótico de sus vidas. Aunque, los preclaros literatos dejan algo más en el mundo, porque son ellos los que componen muchas obras representadas, posteriormente, por los actores.
Con todo, debo decir la verdad, me acerqué a aquel sitio atraído por la belleza que dicen los estudiosos, de la Sarah (con H) Bernhardt.
Dicen que era bella y que su olor a mujer traspasaba los portales de las mentes. Sólo eso?. Por este motivo fui a caminar al interior lúgubre del actual Hotel Colón?. Hotel otrora, uno de los más céntricos de finales del siglo 19 y ahora transformado en un sitio de fotocopias y oficinas diversas y en donde ni las moscas dan el saludo mañanero.
Es cierto. Fui sólo por la Bernhardt. Para ver si esas escaleras de mármol ya pisoteadas y repicoteadas me traían las imágenes de esa mujer que ahora ya debe estar transformada en polvo, en tierra de la tierra, en la mentira de esta vida que se transforma de la noche a la mañana, en cruel, cruel, sueño, sueño, de Calderón de la Barca.
No pude sentarme a observar sus rincones en el suelo como gusto hacerlo. Me mantuve parado dentro del otrora hotel. Viejo, olor a madera antigua. Miré sus cuartos, los números de los cuartos, la fachada de los cuartos, el color de sus puertas.
Dije y me dije y pronuncié palabras para adentros. ¿Aquí estuvo Sarah ?. Antes, casi al llegar a la radio de la Universidad de Valparaíso, observé el color verde de sus muros. Los encontré modestos para poder decir que era el mejor hotel de la bella época. Incluso, por los contornos del pasaje Almirante Martínez, sus ventanales me parecieron muy bajos para dar seguridad a tan ilustres visitas. ¿Cosas de épocas?. Ummm…¿será que los delincuentes, los malévolos, no estaban cerca de las grandes atracciones mundiales como ahora?. Es un decir.
Con todo, la Sarah Bernhardt estuvo ahí, en ese hotel, a su llegada al puerto por el año 1886. Vino a Chile a los 42 años, con su atractivo de siempre, aunque muchos pensaban que ya estaba en su ocaso. La diva tenía unos ojos azules maravillosos y una personalidad a prueba de balas. Audaz. Entró por el Estrecho de Magallanes en medio de la furia del mar y se mantuvo en nuestro país realizando veinticinco presentaciones. Valparaíso pudo verla en alrededor de siete. Otras tantas las ejecutó en Santiago, Talca y en Iquique.
Su popularidad era tal que a su llegada al puerto la recibieron más de mil personas. Todos querían verla, palparla, escuchar su voz.
Al Hotel Colón la llevaron en coche y luego le ofrecieron un cóctel a todo dar. Recorrió las más importantes calles de Valparaíso, las caletas de pescadores. Pero las paredes del Hotel Colón, de propiedad de un tío, sintieron su voz, palparon su olor, acogieron su risa.
La Bernhardt se presentó en el Teatro de la Victoria, que venía siendo uno de los más elegantes del continente, con un gran escenario, bares y un cuanto hay para el confort de sus visitantes. No podía ser de otra forma. La famosa actriz llegaba a darle más prestigio a ese recinto un mes después de su inauguración. Ahí presentó “La dama de las camelias” de Alejandro Dumas y “Fedora” de Sardou.
Quienes la vieron actuar se dieron cuenta que su fama no era regalada, sino que se trataba de una artista que transmitía sensibilidad, que se posesionaba del personaje, que tenía una gran elasticidad de movimientos.
Si bien es cierto la fama y el dinero sobraban, Sarah no tuvo un buen pasar por este mundo. Tampoco el Teatro de la Victoria que se desplomó en el terremoto de 1906 sobreviviendo sólo algunas estatuas. Nueve años después, la Bernhardt lisiada, sufre la amputación de una pierna. Tenía 74 años de edad.
El Teatro de la Victoria estaba ubicado en la Plaza Simón Bolívar, frente a la actual Biblioteca Severín, dedicada en la actualidad al esparcimiento de los niños.
La diva falleció en 1923 e incluso alcanzó a incursionar en el cine mudo apareciendo en una decena de películas.
Una parte de la historia y la presencia de Sarah Bernhardt, quien tuvo a famosos artistas dentro de su vida sentimental, entre ellos Víctor Hugo, quedó en Valparaíso.
Y este Hotel Colón, con su fachada verde, incólume frente a los terremotos del puerto, es uno de los escenarios que vio transitar a la actriz por sus escaleras y pasillos.
Cuando salí de aquel recinto, tras oler y observar cada uno de sus rincones, saludé a un amigo. Me preguntó qué andaba haciendo por esos lados. Por supuesto no dije nada y me uní al estruendoso bullicio de la calle. No había caminado más de una cuadra y giré para observar de lejos, nuevamente, el antiguo edificio. Me pareció verla. ¿Estaría ella en uno de sus ventanales?.

El Maule y Barquero



El Maule y Barquero.
Escribe Carlos Amador Marchant

No hace mucho intenté una de las labores que habían quedado en mi vida como cosas de proyectos. Se trataba de conocer personalmente a uno de los poetas que desde la etapa de juventud leí con satisfacción. Es difícil que esto suceda, considerando que, a veces, en cada rincón del planeta abunda la creación de pésima calidad y, por cierto, asoma el cansancio. Pasaron muchos años, largos años, y aquella meta, sin duda, se hacía cada vez menos posible. Hablo, amigos míos, de Sergio Efraín Barahona Jofré, de cuyos padres, Efraín y Rosa, naciera este gran poeta con seudónimo de Efraín Barquero.
Hombre pequeño de estatura, muy serio para algunos, pero grande en sus pensamientos y en la elaboración poética.
Recuerdo que al mediar el año 2002 fui a Curicó y presenté un escrito sobre Barquero, más precisamente en la sede de la Universidad de Talca, donde pedí que en las tierras del Maule tenían que leer más a este poeta.
Hay que recordar que Barquero, nacido en Teno en 1931, se aleja de Chile después del golpe militar, cuando en ese momento se desempeñaba como agregado cultural en la embajada de Colombia. Le corresponde, por esos días, un peregrinar por países como México y luego Cuba. Es en 1974, cuando pide asilo político a Francia y se mantiene en el país galo hasta 1990, oportunidad en que retorna a nuestro país, quedándose hasta 1993. En estos años deja en Chile tres nuevos libros: Mujeres de Oscuro, A Deshora y El Viejo y el Niño. Retorna a Francia y sólo vuelve a nuestro territorio en 1998, de lo que se creía sería el viaje definitivo y para quedarse en nuestras tierras. No fue así. Tras no otorgársele el Premio Nacional de Literatura en el año 2000, se establece en Valparaíso en el 2001, sin que nadie se percate de su permanencia en el puerto histórico. Luego retorna a Francia. Antes, ya había dejado sus legados en más de quince libros alabados por la crítica entre los años 50, 60 y 70: La Piedra del Pueblo, La Compañera, Enjambre, Maula, El Pan del Hombre, El Regreso, El Viento de los Reinos, Epifanías, Poemas Infantiles, Arte de Vida, El Poema Negro de Chile, Los Bandos de la Junta Militar chilena, entre otros.
Su larga permanencia en Francia, que alcanza a veinte años, hace que pase al olvido, donde, por otra parte, en algunas librerías no recordaban ni siquiera su nombre. En su última estada en nuestro país, cuando comienza a aparecer de nuevo su poesía en prensa escrita, expresa: “Me habían enterrado, y hoy parece que me están desenterrando”.
A este poeta que dejó su niñez y parte de su juventud en las tierras maulinas, me correspondió entrevistarlo en Valparaíso en el segundo semestre del año 2001, transformando esta conversación en un mini libro de ochenta páginas que luego saliera publicado en el 2003 en ediciones del Gobierno Regional de Valparaíso.
En la ocasión recreo parte de su vida en esas tierras, su familia, sus primeros estudios en Curicó y su paso por el liceo de Constitución; el momento en que decide usar el seudónimo de Barquero, su amistad con Neruda y el alejamiento de esa influencia, su viaje a China, el amor al pan, a la miel por su abuelo apicultor, la vida en la capital y en Lo Gallardo y, por último, sus apreciaciones en el puerto de Valparaíso sobre la vida en Chile y la sociedad europea.
El poeta a sus setenta y un años se mantenía vital, incluso con deseos de seguir mostrando nuevas obras que al paso de los días siguió trabajando. Cabe señalar que un año antes de dialogar con él (2000), La Compañera era traducida al francés. Otros libros suyos también comenzaban a circular en idioma inglés. Lo que dijo antes de morir el premio Nobel (1960) Saint-John Perse, al alabar la obra del poeta chileno, comienza a cumplirse. ¿Será que Barquero comenzará a ser reconocido a nivel mundial más allá que en su propia patria?. Esto siempre ha ocurrido.
Los poetas que nacen en provincia sufren en nuestro país el eterno sinsabor de la lejanía geográfica frente al poder capitalino. No es de ahora, es de siempre. Barquero es un ejemplo en sus primeros pasos. Pero, además, también se sufre en Chile el problema del olvido y el desorden generacional. Muchos creadores han muerto sin recibir el mayor galardón chileno.
Mi conversación con Efraín Barquero me dejó un gran legado: la perseverancia no debe perderse ni siquiera al paso de los años, ni siquiera con golpes constantes.
Junto a su esposa Elena Cisternas Franulik, con tres hijos en Francia, Barquero es el gran ejemplo de los creadores chilenos, de este territorio donde la poesía es vida y la vida no es vencida por adversidades.

Cuando pienso en la cabeza de Couve



Cuando pienso en la cabeza de Couve.
Escribe Carlos Amador Marchant

No es difícil imaginar a Couve caminar por orillas y avenidas de Cartagena. Está ahí, en todos los recovecos del balneario, el desolador balneario de invierno y la locura de esos veranos.
He visitado Cartagena varias veces y en los últimos años junto a artistas de la Universidad de Playa Ancha. La primera vez que llegué a ese lugar quise conocer, como muchos, el sitio donde descansa Huidobro. Nunca pude. La hora de llegada y la desinformación no permitieron el cometido. Pero el caso de Couve es distinto. Al escritor y pintor al mismo tiempo lo siento en los rincones y la humedad de ese sitio. Parece que se adueñara de los momentos donde el aire y el frío de la costa impregnan las casas. La imagen del escritor pareciera quemar por su tristeza indescriptible, su lejanía de nada o casi todo. Pero él no está solo. Lo acompañan los que logran compenetrarse en sus obras, los que han entendido que sus escritos comienzan a trasladarse hacia una plenitud desbordante.
Es posible que en su obra póstuma el artista haya tratado de descifrar una serie de incógnitas que arrastró por su vida. Si bien el título es decidor: “Cuando pienso en mi falta de cabeza”, a la vez construye laberintos donde su cráneo o su cerebro dibujan imágenes que muchos no logramos entender en un ser común y silvestre.
Lo cierto es que Couve no fue un hombre común y silvestre. Quienes lo conocieron afirman o lo dibujan como un hombre alejado del mundanal, capaz de encontrar silencios en este mundo donde escasea. Sus alumnos lo recuerdan saliendo de sus clases en la universidad, alejarse sin mirar a nadie, sin permitir que alguien le insinuara alguna consulta.
La vida de este artista estuvo rodeada de búsquedas, de ésas que queman y que terminan por incendiarlo. Más de alguna de sus obras lo tuvieron al borde del desquicio. Pero aquí, en su póstuma, viene todo el potencial que llevaba amarrado en su cerebro, los demonios, sus visiones en torno al mundo, sus ansias de pertenecer y proponer una literatura muy propia.
“Cuando pienso en mi falta de cabeza” trae de nuevo los personajes de su “Comedia del Arte”, por algo lleva el subtítulo de “Segunda Comedia”. Camondo, el pintor que buscó la perfección y encontró que la vejez se le aferraba a la carne. Marieta, la fiel modelo que envejece y va viendo que su figura forma parte de una tierra difusa. El mismo Sandro, su discípulo, o la hija de un famoso pintor de apellido Moya.
La falta de cabeza está complementada por varios capítulos o mini capítulos, casi comunes en Couve, quien hacía su trabajo buscando la mayor reducción de sus palabras. Aquí Adolfo Couve no sólo busca su cabeza de cera, sino que se transforma en un hombre desesperado que se pregunta dónde puede estar ella, en qué otro cuerpo, en qué época. Es pues, al decir de sus biógrafos, la obra más complicada del autor, y la que más dice de su vida y sus búsquedas. Es pues, además, el libro que escribió y que nunca vio publicado.
Adolfo Couve nació en Valparaíso en 1940 y se quita la vida frente al balneario de Cartagena cuando tenía cincuenta y ocho años.
Escribió más de diez libros en treinta años y todo lo que hizo fue interpretarse en esta vida, verse a sí mismo, encontrarse con murallas y buscar la forma de caminar. “En él nada sobra”, expresan quienes siguen sus textos.
Precisamente, “Cuando pienso en mi falta de cabeza”, dice su despedida, dice que todo lo que caminó estaba trazado por una mano que fue la de él, como una muerte conjurada, como un pan que lleva en su diestra.
Pero no sólo sus seguidores actuales manifiestan que es “uno de los escritores más extraños y originales de nuestra literatura”. También lo dice el mar de Cartagena, su sombra, los espacios de ese balneario.

El legado de Mario Bahamonde

El legado de Mario Bahamonde.
Escribe Carlos Amador Marchant

Escribir sobre Mario Bahamonde no es nada fácil, más aun si pensamos que este hombre nacido en Taltal el 17 de abril de 1910, y quien de alguna manera inauguró la narrativa salitrera del norte de Chile con valiosos temas y personajes, hoy por hoy cuesta ubicarlo en sitios macros donde podamos saber algo más sobre su vida.
Bahamonde es la misma presencia del desierto, la imagen del salitre saliendo por sus poros, el ojo bizarro de cada rincón de la pampa.
Lo conocí, o lo alcancé a conocer en los últimos meses de su vida. Fue por allá, por 1979 a raíz de un premio de poesía. Me junté a recibir esos galardones junto a la escritora Alicia Henríquez y al poeta Juan Mihovilovic. Por Antofagasta paseamos, conocimos lugares hermosos de ese puerto, dialogamos con Andrés Sabella y desembocamos en la casa de Mario Bahamonde, quien por esos días ya estaba enfermo. Unos meses después se nos fue definitivamente de este mundo. Eran tiempos difíciles y a Bahamonde la presencia del régimen militar lo había golpeado duro.
Aún así dialogamos, hubo bromas y todos rieron de esas anécdotas que fluyeron como el mismo calor del desierto. Después de una botella de vino que apareció súbita, nos regaló “Derroteros y Cangalla” y el “Diccionario de Voces del Norte de Chile”, libros que habían aparecido un año antes. Nunca imaginé, y nunca imaginó él tampoco, que veinte años después caería a mis manos la edición original de “Pampa Volcada” (Ediciones Cultura de Nicomedez Guzmán, 1945), donde aparecen sus cuentos El Viejo Experiencia; El Cara e’ Picante y El Milagro del Viejo Avelino. Este libro lo cuido y está en un lugar especial, aunque el polvillo aleja relecturas.
La temática de Mario Bahamonde, por cierto, está relacionada con la picardía del hombre del salitre, sus vidas apegadas a la tierra y el sufrimiento de esas tardes de fuego y piedras.
Precisamente en El Viejo Experiencia, ya comienza a mostrar el rostro férreo de la pampa, cuando un joven estudiante de minas regresa a la oficina Prosperidad y se da cuenta que su cartón de técnico era nada frente a ese panorama duro, desolador, del desierto. Nicomedes Guzmán dice: “La pampa es en él elemento vivo, recio, admirable. Sus hombres, chilenos y pampinos a carta cabal, encuentran en Bahamonde al artista extraordinario cuya maestría narrativa les interpreta en alma y cuerpo enteros. Una de las más sobresalientes cualidades de Bahamonde es, precisamente, su agudeza para fijar en su obra el semblante anímico del hombre nuestro. No podríamos alejar la personalidad anchurosa del roto -en un sentido esencialmente racial- de los pampinos que nos ofrece nuestro autor”.
Lo que interesa destacar, al mismo tiempo, es lo que afirman los editores de Cultura respecto a la presencia de Bahamonde y al surgimiento de su nueva narrativa (tenía 35 años en 1945). Ellos expresan que antes de Bahamonde el ambiente respecto a estas temáticas aún era huidizo, y no bastó “La Pampa Trágica” de Víctor Domingo Silva, ni “Norte Grande” de Andrés Sabella, ni “Tamarugal” de Eduardo Barrios para completar una visión más anchurosa, comparando “Pampa Volcada” sólo con “Hombres de la Pampa” de Homero Bascuñán.
No cabe duda que nuestro comentado fue o es un hombre de grandes méritos, recordado en el norte, en Antofagasta, sobre todo, donde ejerció la docencia, pero será conveniente releerlo y dar a su obra más crédito a nivel nacional. Me parece mezquino, incluso, encontrarme con recordatorios mínimos aparecidos en algunas web del norte.
Si Hernán Rivera Letelier logró condensar el éxito con su estilo y la temática del pampino, Mario Bahamonde puso la primera piedra, y fue una piedra grande.
Los pueblos de Bahamonde, los pueblos fantasmas ahora, sus hombres, están vivos y siguen caminando por la pampa. Su cuento “El Calladito”, por ejemplo, derivado de un hombre que supuestamente había tenido pacto con el diablo en la salitrera de Gatico y que por ser un pampino de pocas palabras había recibido tal apelativo. O los personajes como Emerenciana Ríos, fallecida en la soledad de ese sitio abandonado, de sólo nueve habitantes. O Encarnación Rojas. O doña Ascania. O Roberto Chilla. O el mismo Tirso Dengue, el bandido que tenía muchas muertes a sus cuentas, echado a punta de un colt por El Calladito, dan, por supuesto, una visión del valioso aporte de Bahamonde a la narrativa contemporánea.
Bahamonde falleció en 1979 a los 69 años en Antofagasta. Lo recordamos quienes estuvimos con él en sus últimos meses. Siendo poeta, cuentista, novelista, ensayista y crítico literario, publicó, entre otros libros: “De cuan lejos viene el tiempo” (1951); “Ala Viva” (1956); “Antología de la poesía y cuentos marinos” (1966);”El caudillo de Copiapó” (1977); “Derroteros y Cangalla” (1978); “Diccionario de voces del norte de Chile” (1978), además de “Gabriela Mistral en Antofagasta”, “Años de forja y valentía”, “Ruta panamericana” y “Gente de greda o los ceremoniales del tiempo” (1980).

martes, 3 de julio de 2007

Este es un blog destinado a mostrar obras literarias, artículos y pensamientos del autor.

La "Oscura palabra"


La “Oscura Palabra” de Oliver Welden.
Escribe Carlos Amador Marchant

“Oscura Palabra”, poemario de Oliver Welden nos presenta una retrospectiva que cala hondo, aún luego de pasar cerca de treinta y un años de esos acontecimientos negros en la historia de Chile: la dictadura militar, el golpe de estado, la visión de un poeta que narra y vive momentos trágicos de su exilio.
Con sólo veinticinco poemas, el autor logra posesionarnos de una realidad que, por más que quisiéramos olvidar, está viva, más aun cuando la entrega de esa manera, profunda, áspera, terriblemente conmovedora.
Oliver Welden nos ha proporcionado una sorpresa y una alegría. En artículo pasado hacía alusión a este reencuentro después de treinta años. Dije, en la ocasión, que era posible que mientras leyeran el artículo correspondiente a diciembre, se reiniciaría ese contacto. Y así fue. Welden me llama desde Estados Unidos y conversamos por varios minutos. A las semanas siguientes llega desde el país del norte su manuscrito inédito “Oscura Palabra” que triplica la alegría anterior.
Mientras en distintos medios de comunicación se seguía hablando del legendario poemario “Perro del Amor”, a quien, telefónicamente, Oliver sonriente califica: “éste ya no es un perro, sino “un quiltro”, por el paso de los años, nosotros nos asombramos por esta buena nueva que da paso a releer a este autor que nunca dejó de escribir, que hoy sale de nuevo a la luz, para el deleite de sus seguidores.
En “Oscura Palabra”, Welden nos transporta a sus calles, a ese mundo que tejió en la lejanía, a ese mundo que contrajo y apretujó en su mente. Pero, primero, nos prepara, nos lleva a compartir con él una serie de reflexiones, donde no están ausentes citas de Alicia Galaz Vivar, Gonzalo Millán, Enrique Lihn, la Mistral, Winnet de Rokha, entre otros. Y, luego, de repente, nos invita a pasear por esa etapa de Chile simbolizada en “La Victoria” de la Unidad Popular y, la tétrica irrupción de la dictadura.
La extraordinaria capacidad artística del autor, nos permite entrar y ser parte de esas escenas vivas: Allende en el balcón de La Moneda, con cantos y vítores lanzando su primer discurso después del triunfo presidencial. Welden nos proporciona la posibilidad de revivir esos momentos, pero al mismo tiempo está agazapado, pareciera sentado en un rincón de su pieza, en la soledad de ese exilio en Estados Unidos.
Pero acá hay que detenerse un poco. Todo verdadero artista está capacitado para hacernos vibrar, introducirnos en su obra, llorar si es posible, y este poeta puede hacer todo eso y lo logra de una manera natural, que fluye, más allá de toda formulación empírica.
Estoy hablando de un verdadero artista, de un hombre que ha guardado silencio y hoy sale a reencontrarse con nosotros, enhorabuena, cuando necesitamos de la buena poesía.
En su retrospectiva temática, y que al mismo tiempo es presente vivo, mientras escuchamos (porque es como escucharlo) el discurso inicial de Allende, Welden va incorporando una lista de amigos y seres cercanos de ese tiempo: Hernán Jara, Leonidas Zapata, María Soto Luna, Graciela y Pelayo Guajardo Sandoval, Gilda Galaz Vivar, Germán Bueno de la Cruz, Alicia Galaz, Andrés Sabella, Luis Moreno Pozo, Ariel Santibáñez, Omar Lara, Mario Milanca, Pepe Promis, Gonzalo e Hilda Rojas, Edilberto y María Domarchi, Elena Nascimento, Guillermo Deisler, Hernán Lavín Cerda y muchos, muchos otros, a quienes los incorpora en su camino al pasado y su carretera que está llena de ellos.
Es pues, esta obra, un trabajo realizado en el fragor de los golpes de Vallejo, de la lejanía, de ese espejo negro que nos dejó la dictadura.
Y luego, el terror de esos días, el informe sacado de The Institute of Strategic Studies, Londres 1973, 90 mil uniformados y la artillería pesada, el discurso final del Presidente mártir y su muerte, sacado su cuerpo fuera de La Moneda: “A grito pelado lo sacan/veloces/por un costado del Palacio/cruzando/al trote/la calle/de la Moneda/por la vereda/Este de la Plaza/sobre una camilla/al hombro/y sangoloteado/tapado/con un poncho/tal vez/debajo/envuelto/en plástico/por lo de la sangre/por lo de la sangre/y a gritos/a gritos/rápidos/muy rápidos/se abren paso/veloces y violentos/ y de sa p a re cen.
La mancha negra se pasea por las páginas de esta obra. Porque Welden lo siente, los que vivimos esa época lo sentimos: “Al día siguiente/miércoles 12 de septiembre de 1973/quemábamos libros/en un gran hoyo hecho con pala/y al amanecer del jueves 13/y al mediodía del viernes 14/con cuidado/en el patio trasero/de no levantar una columna de humo/en primavera…”
La riqueza expresiva de este poeta está en cada rincón de sus versos. Se trata de un escritor que sabe de su oficio, que da a cada sílaba el significado de lo profundo, de sus sentimientos. Vemos en él al hombre que se alejó de su tierra con un deseo imperecedero de volcarse a narrar el quiebre de sus días, el quiebre generacional, un poeta que todo lo siente, que todo lo entrega, que hace de sus días una constelación que ha de llevar eterna.
En el poema denominado “Cuando la nieve se derrite-Dónde se va lo blanco”, título decidor para la temática de la obra, irrumpe con su lejanía triste, solitaria: “Esto de cambiar la voz, el color de los ojos, la caligrafía,/países, estaciones, puestas de sol, el idioma,/cuando es necesario un lugar largo para vivir y duradero/como el nombre que te acompaña para toda la vida….”.
El tema es dónde quedamos nosotros, en qué sitio, en qué recoveco social, cuando se nos ha cortado una parte de nuestra vida, cuando te han cortado las alas y mueres a pausas, con una dictadura que te azotó la mente y que te la golpeará por el resto de los días. Welden, dice al respecto: “Y aquí nos quedamos con las mismas viejas fotografías”. Y luego se vuelve a preguntar: “Cuando la sangre se seca dónde se va lo rojo”. Y: “Somos tantos y no nos oyen: no tenemos nada y todos nos ven”
La poesía de Oliver Welden, como la que nos dejó hace treinta años, está más vigente hoy que ayer. Su nueva aparición por escenarios de la poesía dice, precisamente, que no son los años, ni las carreras locas por lograr el estrellato, los que hacen a un verdadero artista. Estamos hablando de un poeta mayor que deberá ser reubicado en el sitio que le corresponde. Nos alegramos por eso.

Puertos que no han querido ser caletas



Puertos que no han querido ser caletas.
Escribe Carlos Amador Marchant

La historia de los puertos ligados a nuestro país por su economía y por cierto, las tradiciones, siempre dejan algo interesante para el lector. Y cuando se trata de Valparaíso, o cuando se habla de Iquique pasando por la historia y la ligazón de éstos por la explotación del salitre, con mayor razón.
Quienes conocemos la idiosincrasia del iquiqueño, sus personajes, la dura tarea de enfrentarse a realidades de vida y subsistencia, podemos entender el título que Bernardo Guerrero puso a su libro: “Iquique es Puerto”, editado en el 2002 por Ril.
El sociólogo nortino escudriña en todos los recovecos de ese reducto histórico, que no sólo lleva en sus solapas a personajes como Prat, sino algunos como Arturo Godoy, el Tani Loayza entre más de un centenar de otros que rodean la historia de ese puerto, los miles de años en el concierto de los abandonados territorios, de la escasez de agua, de productividad a prueba de “pronto rico, pronto pobre”.
Por esta razón hemos rescatado este libro para hacer una especie de relación a los nuevos tiempos que vive la economía mundial, donde, por cierto, muchas ciudades, al margen de su historia, deben mirar hacia nuevas reconstrucciones, nuevos caminos o sencillamente se someten a la muerte.
Guerrero comienza la recopilación de datos haciendo una relación entre quienes viven en ese puerto arrinconados a los recuerdos del salitre, pero no es que el autor quiera alejar de este pensamiento perenne, sino más bien para situar a los iquiqueños en un todo, de acuerdo a las etapas que ha ido viviendo el reducto. Él expone: “Los viejos iquiqueños, es decir Los Hijos del Salitre, en un ejercicio estadístico no avalado por Instituto del mismo nombre, dicen y se quejan al mismo tiempo de que en esta ciudad “no quedan más de veinte mil iquiqueños”. Enojados a bordo de un taxi, o bien en los pasillos del Mercado Municipal o en las gradas del Tierra de Campeones, enarbolan sus cifras a todos aquellos que los quieran escuchar.”. En torno a esto mismo, el autor manifiesta no estar de acuerdo con esta opinión, fundamentalmente porque “lo que ellos y ellas arguyen, tienen relación con aquellos iquiqueños e iquiqueñas nacidos al amparo y la gracia de la explotación del salitre. Corresponden, pues, a una etapa de la modernidad iquiqueña en la que esta ciudad se construyó gracias al aporte de miles de migrantes que llegaron con sus sueños a fundar una nueva utopía. Los Hijos del Salitre son el producto del amor de esas miles de esperanzas. El iquiqueño nunca fue químicamente puro. El chango, en última instancia, tampoco lo fue..”.
Con todo, y al margen del tema de “los trasplantados”, creo que el asunto en cuestión tiene que ver con el Iquique y su gente, no importa de dónde haya llegado, con las voces dejadas en los rincones y con la historia pegoteada en ese territorio o “República” como acostumbran a llamarle algunos.
En este sentido hay que decir que Bernardo Guerrero entrega un buen trabajo en cuanto a recopilaciones, los personajes y la historia tejida desde esa tierra antes y después de la Guerra del Pacífico. Los encontrones con el “pronto rico, pronto pobre”. El auge del salitre, la decadencia del mismo, el cierre de las salitreras, el miramiento hacia el mar con la llegada de la industria pesquera, la decadencia de ésta, el hedor de las mismas, la aparición de la Zofri y el retorno de la minería..
Este mismo panorama, contradictorio, ha hecho una verdadera leyenda de quienes han habitado el suelo iquiqueño, sus rincones, el Mercado Municipal, el incendiado Teatro Nacional, La Casa del Deportista, El Micro Estadio, La Avenida Balmaceda, La Plaza Prat, la Escuela Santa María.
Este mismo amor de los iquiqueños por su tierra, los ha llevado a crear requisitos emblemáticos para adquirir la “nacionalidad iquiqueña”. Entre éstas, a manera de humorada, estipulan que a lo menos deben saber cantar el Himno a Iquique, una estrofa de la cantata Santa María, conocer el muelle de pasajeros y El Morro, El Colorado, la Plaza Arica, el Monumento a los Mártires de la Santa María, la animita de Hermógenes San Martín. Pero, entre otros requerimientos, deben incorporar al léxico algunos términos como: Calato, chalequina, a tota, piquichuquis, Cala, Avísale (a modo de saludo), de repente, terciarse, paletó, camanchaca, pupo, hacer descuerpo, catete, tomar lonche, compañones, ojala (sin acento).
La historia de Iquique, sin duda, está en la retina de muchos que se han alejado de esa tierra. Alejados geográficamente, pero siempre con esa ciudad puerto o caleta, en los poros.

Alimento del día




ALIMENTO DEL DÍA.
Escribe Carlos Amador Marchant

Sorprenden las cosas que se hacen en el tiempo. La audacia, por último, de los instantes difíciles en Chile. Me pregunto si lo que se hizo hace unas décadas lo haría de nuevo. Y la respuesta es NO. Por varias razones, claro, y la principal, por cierto, es el avance de los años y los años en el cuerpo.
Parece que fuera a la vuelta de esquina y no es así. Por 1982, época en que editaba la revista “Extramuros”, se me ocurre escribir un artículo sobre Pablo de Rokha. Quería demostrar en ese momento que al viejo poeta se le estaba dejando en silencio por mucho tiempo, que era preciso decir algo sobre él, aunque sea arrinconado en unas de las hojas de la publicación. No fueron más de dos carillas que dediqué al hombre de Licantén, a este Carlos Díaz Loyola que nos dejó un día del año 1968, a punta de un balazo, cuando tenía 74 años de vida.
Me interesaba rescatar al poeta, que por aquel entonces, el entonces de la dictadura, lo mantenían en el subterráneo como muchos otros.
La vida de De Rokha fue dura como su seudónimo. Ya a los cinco años acompañaba a su padre, por aquel momento Jefe de resguardo de aduanas cordilleranas, por distintos caminos, escarpados sitios, ásperos vientos, nieve, además montando duros caballos y conociendo día a día a hombres extremadamente hostiles: “Andando, platicando, llorando por la tierra por los caminos/varios, se me caen los gestos de los bolsillos”.
Todo trágico en los caminos de este hombre, de este gigantón. Cuando se casa en 1916 con Luisa Anderson, que después adopta el seudónimo de Winett de Rokha, nunca pensó que iban a tener ocho hijos y que, al mismo tiempo, todos serían artistas, dos de ellos fallecidos en la miseria.
Cuando muere Winett en 1951, este hombre acostumbrado a amar los buenos alimentos y la vida misma, se transforma en un viudo desconsolado.
Premio Nacional de Literatura entregado tardíamente, en 1965 (antes había recibido el Premio Nacional del Pueblo, en 1963), es decir, tres años antes que se suicidara.
Todo trágico en los caminos de este poeta, cuya obra comienza con una fuerte influencia de los poetas malditos Rimbaud, Baudelaire, Tristán Corbiére, Leatreamont, Verlaine, y que más tarde daría paso a una línea dialéctica de firme concepción materialista donde emergen Whitman y Rabelais, dando pautas para una corriente renovadora y realista.
Pero todo trágico en este hombre. Sufrió la censura por escribir poesía desde niño, fue expulsado del seminario por hereje y por leer a Nietzche. Se le marginó, las editoras le cerraron las puertas, cuando publicó los “Gemidos” en 1922 sólo vendió 10 ejemplares, jamás se le otorgó un cargo público, se lo expulsó del Partido Comunista, en fin.
Pero vendió muchos libros autoeditados en los campos de Chile. Recorría largos tramos hasta llegar con dinero a la casa. Vendía de cara a cara, conversaba con la gente, con los campesinos, con alcaldes, con carabineros, les vendía libros a los vecinos.
Lo cierto es que un día del 82 escribo una crónica sobre él y me fui al Gran Santiago con la mercadería. Yo tenía 27 años, y muchas ganas de hacer cosas en esos tiempos difíciles de la dictadura. Por eso no se me ocurre nada mejor, en un momento como muchos otros en que faltaba el pan para llenar el estómago, que trasladarme hasta el Barrio Bellavista, por aquel entonces con muchos rostros fundacionales que aplaudían a los que se arriesgaban a mostrar poesía en las calles. Y claro, me fui visitando a varios artistas establecidos con sus talleres, artistas plásticos, escultores, ceramistas. Era una mercadería necesaria, muchos querían escuchar algo de De Rokha. Y yo se las di, inocentemente, envasada en ese Extramuros de los 80 que buscaba abrirse caminos. Con muchas monedas en los bolsillos, ya al oscurecer, agradecí a quienes habían adquirido esos ejemplares.
Por supuesto miré al cielo, ese cielo oscuro de esos tiempos, y me salieron espontáneas las palabras: “¡Gracias De Rokha, por haberme permitido alimentar por un día más¡”, grité, mientras corría, apresurado.

Poesía Alone Again




ALONE AGAIN
Libro publicado por Carlos Amador Marchant el año 2000, premio Gobierno Regional de Valparaíso, Chile.

“Es el invierno que ha caído nuevamente sobre mi espalda, sobre mis ojos”

En 1972 fue la primera vez que escuché la canción Alone Again, de Gilbert O’ Sullivan. Nunca pensé que dos décadas después, escuchándolo en una radioemisora AM de la época, este mismo tema me acompañaría durante una nueva soledad.

Carlos Amador Marchant



QUÉ HACES

Qué Haces ahí
parado en la esquina
donde no hay luz (ni sombra),
donde no se escuchan pasos
y el esqueleto se confunde con el aire.
No entiendo qué haces
en ese sitio invisible
donde todos partieron
entre rieles infinitos.
Por qué no quieres escapar
de esas ventanas que no existen,
de esas puertas que cayeron,
de esos rostros que no besan.
Qué haces ahí parado
acortando días, mirando
las escasas horas que te quedan, esperando
más cabizbajo que nunca
la bofetada la muerte.



HUIR DE LA MENTIRA


Es posible que ya no mienta,
es posible que ahora diga la verdad.
Ayer hablé sobre calles que sucumben,
sobre ratas que dominan los campos,
hoy quiero hablar de frutos que se abren
y caen a la tierra pura.
Nada es más amplio que la verdad,
aquélla que se eleva como las olas
y estalla en mil pedazos sobre las rocas.

Si no he conocido a nadie
que haya hablado con la verdad completa,
hoy quiero ser el que ponga la primera piedra.
Por eso pido que todos se alejen,
que me dejen solo, que nadie golpee a mis ojos.
Hoy quiero descansar
de suburbios y ruidos de sirenas.
Mañana me corresponde caer a la tierra,
lento y espacioso como nieve.

ALONE AGAIN

El mar de orilla trae
espuma sucia que queda
impregnada sobre la quietud de la arena limpia.
Algo pasa.
Tus ojos, Catalina, miran hacia el horizonte.
Estás triste. Estás
ebria.
Sobre la rinconada de ese pub
tambalea tu cuerpo y bailas entre las mesas.
El mar de orilla trae espuma sucia
y tú me coges las manos.
Hay tanto ruido que no escucho
la canción Alone Again.
La gente pasa y tú desapareces te haces humo.
La espuma de tus manos queda
sobre la arena de mis manos.
Te busco y te espero en la puerta de ese pub.
Al rato apareces tambaleando
y golpeas tu cabeza entre murallas.
Te abrazas a un hombre desconocido
y desapareces de nuevo entre calles y avenidas.
Ahora escucho Alone Again
en el equipo modular de mi mente.


SOBRE LA ESCARCHA


Moriré de frío sobre la escarcha
pero guardaré el silencio de esos árboles.

Mucho antes de la vida mis ojos observaron los prados.
Y enmudecida, como casa deshabitada,
mi alma arrastró su lengua sobre la tierra amplia.

Si ayer llegué tiritando de frío
mañana he de irme por los mismos caminos.

Porque la vida es como visitar una casa.
Pero luego hay que despedirse, hay que salir
a la puerta y perderse en la niebla.

En consecuencia, he de volver al silencio
al remoto al pétreo.


DE TANTA SOLEDAD


De tanta soledad me nutro
como de velas para alumbrar la noche.

La vida nos golpea en el lomo como el jinete al caballo
y vamos olvidando calles y nombres
mientras las estaciones se alejan.
Nunca volveré a ser el de antes
aunque me saluden en la calle con pañuelos.
Todo ahora tiene el rostro del invierno,
de la pobreza de los campos, de la chimenea sin leñas.

Soy el ahorcado que cuelga bajo un árbol viejo,
el remecido por la brisa de una tarde floja,
el arrepentido que quiere gritar y no puede,
la rama quebrada que se pudre a la orilla del río.

De tanta soledad me nutro
como de velas para alumbrar mi alma,
porque hoy lloro mil horas en esta casa
que nadie habita.


SERÉ

Mañana seré rico y al siguiente volveré a la pobreza.
La vida tiene rostro de cementerio
justo cuando entierran a un hombre
bajo cientos de faroles.
Mañana seré pobre y al siguiente volveré a la riqueza.

Los senos de esa mujer se inflan frente a mis ojos
Y entran al espacio y desaparecen bajo la niebla.

Y esa playa, sin embargo, que fue mía,
con esa arena con ese sol con esa sal,
y ese ojo tuyo que entraba en mi ojo,
y esa gaviota que volaba sobre tu pubis,
y esa garganta loca gritando soy rico soy pobre.

Alone alone ahora de piernas y brazos
de boca de saliva de pencil de teacher.

Y esas avenidas repletas de gente,
y esas avenidas avenidas que lanzan
piernas y perfumes de hembra.
Y yo parado parado con esos ojos de ebrio
sujetándome en el poste de la inconsciencia
y escuchando de nuevo Alone Again.


ESO QUE DIJERON AYER

Eso que dijeron ayer no tiene espacio en mis praderas.
Ahora me levanto temprano y bebo
una taza de leche con pan y mantequilla.
Es curioso curioso pero Gladys
ya debe tener cuarenta y aún su vuelo de paloma
circunda mis ojos.
Curioso curioso que sus dos piernas sofoquen mi cuello
Mientras su alma vuela vuela hacia el espacio.


EL REESTRENO
(a Luisa)

Todo es tiniebla en las aceras
y un pan brilla en esta esquina.
Con tanto hambre camino por las plazas
y ese pan en aquelarre.
Nada es más amplio que mi alma
Pero surgen lluvias tempraneras.

Es cierto ayer fui muerto crucificado
y hoy resucito entre las tablas.
La gente vitorea mi reestreno en estas canchas.
Cuando paso por las calles
los gatos me saludan elevando sus traseros
y los perros se revuelcan sin ladridos en silencio.

Después del hambre ese pan que agarro en mis esquinas.
Después del frío este sol que galopa por mis ojos.
Después de muerto este parto necesario.

Toda esa tiniebla en las aceras.
Y luego este ojo de Luisa saludando a mi ojo.
Y este pan de su mano entregado a mi mano.


VIVIR HAY PARA LARGO


No entiendo por qué estoy solo. La culpa
la tiene el vecino, el amigo infiel y el perro que no ladró.
La vida se torna turbulenta
con tanto ruido de zapatos y autos.
Mis amigos dicen que me corte el cabello y el bigote.
Otros recalcan que me ponga una corbata.
Algunas mujeres son más extremas
y expresan que visto demasiado lúgubre.
Hay tantas cosas que dicen
mientras yo sigo caminando a ese cementerio de la esquina
con manos en los bolsillos
con férreo deseo
de vivir después.


ESQUINAS

En cada esquina un ojo solitario
y un perro que ladra y hombres que beben.
En cada esquina hedor de submundos
y feca mucha feca que transita bajo puentes.

El mundo se pudre en las cumbres
y por bajo surgen flores.
En esa florería bailan los aromas
justo cuando el hombre cae en los charcos.

Nada es más bello que manos estrechadas.
Ojalá al final de la luz.


JUSTIFICO

Justifico ventanas
también puertas
justifico
esta piedra en la mano
la palabra mal dicha siempre
dicha (entredicho)

Justifico el hambre
de amor
el mendigo muerto
los portales sin llaves
el agua limpia el agua turbia.
Todo justifico
menos
la martingala.


INDICIOS


Hoy lloro mañana lloraré cuando tú quieras
lloro pasado mañana el próximo año si tú quieres
seguiré llorando.
Todo es igual si me cambio calcetines.
Si tú quieres me los cambio si no los ventilo
un poco los lavo si quieres los pongo en remojo.
Todo es lo mismo si me cambio calzoncillos
si tú quieres lo hago si te agrada los conservo
por semanas si quieres los pongo en cloro
si no en perfume es cosa de acomodo.

Ayer me hiciste llorar en la plaza
pero fueron tantos los autos
y no hubo indicios.


PERVERSO


Enclaustrados estamos
pero de las fotos.
En honor a la verdad rompamos
los candelabros
y pongamos velas solitarias en la mesa.

ESAS CALLES
(Arica 1972)

Zona industrial y Población Juan Noé.
y bicicletas juntas miles de bicicletas juntas.
desplazándose como ríos.
Y piedras y rostros de mujeres bailando tras mis ojos.
Ahí me quedé parado en el tiempo,
ahorcado como iconoclasta,
paralítico de ojos.

Pero la playa trajo muchas algas
y espuma limpia y espuma sucia.
y hubo gaviotas que volaron por mis ojos
y pusieron huevos marítimos y pusieron huevos
huevos muchos huevos tras mis piernas tras mis manos.

Y estos huevos enfáticos, clarividentes.
Y estos ramales casi duros pero sueltos
anclaron mi esqueleto en estas Zona Industrial-Juan Noé
con bicicletas miles de bicicletas
con este disco entre mis manos
con este Alone Again que me persigue
con estas salivas limpias
con estas palmeras remecidas.


ALGUIEN MOVIÓ EL SILLÓN


Quién movió el sillón de su sitio
Quién leyó mi libro secreto
Quién pasó de largo a mi alcoba. Afuera
Todo el viento viene
de afuera.
La insurrección viene de afuera.

Explico: en esta casa me desplazo tranquilo.
Como las tortugas, tal vez, pero atravieso paredes.
El cielo me dice a veces que mire hacia el silencio
pero miles de perros me muerden las canillas.
Ayer fui devoto del mar hoy soy creyente
de mi aliento.
Mis alpargatas no resisten mi estornudo.
Hay cientos de piedras que caen sobre mi mente.

Alguien movió el sillón de su sitio.
La vida tiene explicación
y yo guardo silencio.


DOS PALABRAS


Con dos palabras se desplaza mi vida
como con dos remos avanza ese bote.

Tú tienes sed y yo te paso el vino.
Tú tienes frío y yo te entrego botas.

Con dos palabras jugamos al desconcierto.
Alone Again me persigue en las calles.
Y yo trato de volar
y no puedo.
NO HAY ESCAPATORIA


De este espejo no hay escapatoria: de este
reflejo que titila en las esquinas.

Yo vomito encaramado en las casonas
pero me guardo cuando cantan los gallos.

De esta soledad no hay escapatoria.
De este infinito de estrellas ya no saldremos.
Y si de todo esto no hay escapatoria
menos saldré de Alone Again,
de estas casas que se caen,
de estas mujeres que me engañan,
de estas hijas que nacen y se pierden.


De este espejo no hay escapatoria.
Y me queda esta foto
que se hace amarilla
mientras el mundo vibra.


ESE FIN


De esta esquina a la casa que voy
me quedan veinte pasos.
Los cuento en la noche
mientras ladran perros en los cerros.
Suavizo mi vista y retorno el aliento.
Afirmo mis dientes desgastados.
Lanzo crema en mis mejillas.
Tiño el pelo cuando puedo.

Veinte pasos me quedan
para llegar a esa casa desnuda.
Allá la luna y los aromas.
Acá la reja casi cana.

Veinte pasos me quedan para llegar al orificio.
Ahora escucho música
y veo hembras esqueléticas.



LUMINARIAS

La luz del día enciende
Las luminarias nocturnas

En la noche los ancianos saltan persiguiendo al sol
Alguien escribe con tiza en un pizarrón oscuro
Todos cantan cuando el gallo duerme.


NO DERRUMBEN CASAS


Esa casa necesita urgente ser pintada
Requiere que le cambien ese rostro de tristeza
Que la saquen del pasado y la timbren con presente
Esa casa debe cambiar de dueños
Debe abrir sus puertas a la gente joven
Que salgan desde allí muchos niños corriendo
Y desde sus ventanas florezcan muchachas de minifaldas
A su fachada deben tirarle colores atrayentes
Y ponerle gladiolos en sus contornos
A esa casa le hacen falta todas estas cosas
Pero sólo pido
Que no me la derrumben.


BAR


De ese bar salen hombres destruidos
De ese bar emigran mujeres tambaleando
A ese bar entran pacos que escudriñan
Yo sé que en ese bar muere gente acuchillada
Pero este lugar tiene el imán de lo que busco
Debo entrar algún día a ese bar.


FOTO

En esta foto no parezco el que soy
Me veo limpio como el agua mustia
Circunspecto como en otro tiempo.
Pero la vida tiene sus reglas
Aquí somos o no somos
Y en esta foto no soy
El que soy.


FUMADOR EMPEDERNIDO

Fumador empedernido
Sueña querellarse con la Compañía de Tabacos
No quiere nada ahora está enojado
Por las noches despierta y fuma un cigarro tras otro
Se siente incómodo cree incendiar su alma
Está desesperado
Quema camisas parkas pantalones
Deja la pieza infectada de humo
No tiene remedio ya no respira
Su tos se hace cada día más seca
Está desesperado
Piensa ahora querellarse
Consigo mismo.


DE TAL


De tal palo tal astilla
De tal astilla tal palo
De tal zapato un lustrabotas
De tal mamá una hija
Lujuriosa
De tal lápiz una escritura
De tal vino cien manos
Sujetando vasos
De tal ente una voz
Espantapájaros.

MADRE
(a Victoria Crespo Cardoso)

Esa manzana color fuego
Trae, súbita, mi infancia….

Mi madre era pequeña
Como las casas del desierto. Ella era
La presencia triste del caliche, el sol que necesita la noche.
Me amamantó por varios años
Mientras entonaba tristes canciones de Libertad Lamarque
Y en las calles del universo
Se confundían miles de piernas.

Crecido como un arbusto
Me sentaba en el suelo
Mientras lavaba miles de trapos.

Yo la recuerdo entre la sal y el océano
Y cada vez que pronuncio su nombre
Se aferran a mi alma cientos de litros de leche
Que hoy siguen circulando por mis venas.



TRANCE

Por qué los ojos enceguecen?
Este trance tiene relación con la vida de vientre?

Estas preguntas me las hice siendo anciano.
Ahora que he vuelto a ser joven
Me interesan los lagos, las entrepiernas,
Las salitreras abandonadas y los eructos de mi perro.

Cansado de vomitar como los ebrios prematuros
Me desplazo recogiendo palabras en la calle
Y de vez en cuando pateo los desperdicios de la noche.

Me entretengo leyendo graffitis en los puertos,
Mientras en los últimos minutos del crepúsculo
Los marineros beben el primer vino de la noche.

Nunca más quise impregnar la vejez en mis entrañas,
Aunque mis pasos ya no son ágiles como antes.


PADRE
(A Amador Marchant Montenegro)


Mi padre se esparcía en la noche
Como los roedores.

Su luz iluminaba la casa sólo dos veces al día.
Para ver su rostro, había que levantarse temprano
Y no dormirse prematuramente en la noche.

Era la presencia dura de la vida. La luz penetrante
Y la escasez de palabras.
Sus pasos retumbaban las paredes
Y el eco de su voz escasa
Quedaba impregnado en las habitaciones.

Lo recuerdo con su palabra pausada y única.
Leía los titulares de los diarios
E informaba a la familia sobre el ruido de la calle.

Mi padre se esparcía en la noche como una caracola.
Llegó joven al norte estilando todo el océano de Valparaíso
Y mojó el desierto salitrero
Del vientre de mi madre.


¿QUIÉN LAS QUEBRÓ?


En qué lugar del mundo quedaron mis andanzas bochornosas de muchacho?
Dónde están aquellas amanecidas con olores a alcohol y a espantos?
Y aquellos jóvenes que se sentaban en las veredas a cantar a Violeta parra?
Dónde está el universo de luces y risas fosforescentes?

Quién quitó el sol de mi frente?
Quién hizo de mí una calavera solitaria?

Dónde están mis amanecidas,
Aquéllas que amaba como el vuelo de palomas?

Quién quebró mi risa?
Quién rompió mis ojos?
Quién cortó mis piernas?
Quién escupió para siempre mi rostro?


ME DUELE


Me duele como un repentino golpe en el estómago
la inconsciencia tecnológica.
Mientras los científicos estudian los trastornos naturales
el dólar junto a sus industrias incendian ríos y océanos.

No hay formas de combatir la terquedad.
Salvo si el mundo se une y sale a combatir la idiotez.

Me duele como un golpe súbito al estómago
las aves muertas,
los peces muertos
y la naturaleza que adopta
día a día un rostro de cadáver.

Poesía Galpón de Redes Marinas



Galpón de Redes Marinas
Libro publicado por Carlos Amador Marchant, Premio Nacional de Poesía-U. del Norte Antofagasta (1979)
(editado en 1980 y reeditado en 1994)


DESCARRIADO

Acostumbrado estoy
a arrinconarme de día en las desoladas
arenas de la costa.
Como pollo friolento
alejado de padres, de hermanos, de parientes.
¿Quién ha puesto esta vida en mis canillas
rodando como neumático roto?. Nadie
me responde.

La olas llegan, me tapan, se recogen
y me dejan con cara de difunto. ¿Qué será
de mí
a esta hora de un día que no he vivido,
que tengo dormido como vida de vientre?.

Acostumbrado estoy
a sentir pánico de la noche marina. No podría
poner ni siquiera un pie en sus oscurecidas aguas.
Acostumbrado estoy
a sentir pánico de los días en las ciudades terrestres.

Por eso
a cada hora me siento más escéptico de hogar,
más pollo sin padres, sin hermanos, sin parientes.


SOY


Pero soy de la vida.
Soy de la vida aunque quiera negarme,
aunque me pisen las desgracias,
aunque coma lágrimas. Soy
de la vida,
de aquélla que transcurre,
de la que tanto y tanto reniego,
de la que tanto y tanto aborrezco. Soy
del Sol,
de los árboles,
del mar,
de todo esto que tiene nombre. Soy
irremediablemente soy,
aunque me arrastre por las calles,
todo harapiento,
todo con dolor de estómago y de cerebro,
todo rodeado de alambrepúas,
todo rodeado de gritos de prostitutas y de ladrones.


NIDO

Pero algo en mí se acampa y ese algo tiene
sabor a mar.
Alguien entre mis raíces, muerto hace muchas décadas,
debió ser un hombre de océano.
Porque de otra forma no me explico
que todos mis caminos vayan a la costa.

Creo que mi alma esconde un secreto.
Un secreto con sabor a llantos, a gritos
y a ruidos de embarcaciones.

Y con ese algo de pereza que convalece
se encamina mi cuerpo como un cachorro
que mira a su alrededor e investiga.

Soy un marino con las llaves del océano en la mente.
Alguien que se pone el traje y se lo saca.
Un marino que tal vez aún no viene al mundo,
pero que busca su nido en las rocas,
en las algas marinas, y en galpones pesqueros.


AMO


Amo la tierra de orilla de mar.
Aquélla que se lava la cara por la mañana
y se moja los pies a la hora del crepúsculo.
Amo su figura callada y sometida,
su contextura húmeda y solitaria,
su esqueleto estático y salado.

Esta es la tierra en donde se desahoga el océano.

Es el sitio
abierto
a los caprichos de las aguas.
Esta es la tierra en donde se dejan caer los náufragos
y las embarcaciones destruidas a pedazos.
Este es el sitio en donde aterrizan
los hombres asesinados por los cuchillos de las olas. Este es el sitio
en donde la desgracia llega muerta,
en donde se entreveran gritos de fantasmas.
Esta es la casa
que me arrastra como a un esclavo. Esta es
la tierra que amo, la que se lava la cara
por la mañana
y se moja los pies a la hora del crepúsculo.


GALPÓN

La primera vez que entré a aquel galpón de redes
me pareció haber penetrado a una goleta varada
sobre las rocas de la costa.
Todo era humedad, el mar ahí dormía
protegido entre bastiones de calaminas.
Un balde de océano lanzado a la tierra era ese galpón.
Las manchas del pez más libre
aprisionado por las garras del hombre
se hallaban impregnadas en el suelo, en las paredes,
y hasta en los harapos de las mismas mujeres.
Nunca pude sentir más de cerca la profundidad del océano
que tocando un grillete oxidado, escondido
bajo unos cajones olvidados.

Las escamas de los peces
fueron mi silla por largo tiempo mientras bebía
una triste
taza de café.
Y mi ropa nunca pudo oler más que a pescado
descompuesto
cuando caminaba y estiraba -saltarines-
mis brazos y mis piernas.

¡Cómo poder hablar de paraíso
si en cada milímetro de calamina, colgaba
una lágrima de mujer marina!

He dicho que nunca pude oler más que a ese galpón.
Me lo llevaba, junto a mi ropa, al regresar a casa.
Y hasta el óxido danzaba en mis pantalones
como un bailarín ebrio.



REDES

Cosiendo redes frente al mar.

“A veinte metros las olas, fieras, heladas.”

Y yo ahí, rodeado de mujeres
entumidas, con sus agujas y cuchillos en las manos.
Cada vez que observaba aquellos rostros
mi alma estilaba
y, en ocasiones, asustada, huía
de tanta humedad reinante.
A veces creo que si hubiese penetrado
en alguno de esos seres,
me hubiera encontrado de nuevo con el mar, salpicante,
triste.

Porque eran así, como verdaderos peces robados
de las aguas
y depositados en aquel galpón de calaminas oxidadas.
Algo así como gaviotas entumidas
por la fuerte marejada y la fría soledad del invierno.

Caleta de ojos casi muertos.
Ahí donde la música más helada
rodea al alma. Caleta
de ojos
de mujeres
casi muertos,
yo conocí en tus compartimientos
tus harapos desordenados.
Y cada vez que entraba a ellos
no veía más que ropa de mujer escondida, friolenta.

Rodeada de grasa y de moscas, mujer
cómo pude ver tu alma femenina!
Si de cada grito tuyo mi alma temblaba
y de cada una de tus palabras huían alborotadas
las sílabas del diccionario. Así como cuando alguien corretea
afanoso, a unos perros en la calle.

Yo no vi, mujer,
Más que inmundicia frente a ti. Basureros
que tapaban tu alma.
Como para que los hipócritas
puedan lavarse las manos en tus pozos de tragedias


LEJANIA DE AGUJAS

Nunca pude coger bien la aguja,
ni el cuchillo,
ni las cadenas, ni los cabos, todo
quedaba grande, helado, en mis manos.
Sin embargo, alguien, una mujer que no recuerdo bien
me enseñó a poner los pie en la humedad,
a ver luces de embarcaciones en la noche,
a poner las manos sin guantes en las redes
impregnadas de pescados descompuestos.
Y así aprendí a ver sus intestinos, sus ojos,
sus escamas
juntas y sobre mis pantalones y mis camisas.

Por eso
siempre que vea, a lo lejos, un puerto
con sus aguas grasientas,
recordaré a estas mujeres.
Siempre vendrán a mí cuando mire
de noche luces de embarcaciones desde la distancia.
O cuando llegue a mis manos algún pedazo de red
o algún grillete, oxidado.

Porque la vida es esto, un ir y un venir.
Y cuanto más desee saber de sus almas
ellas se me alejarán en medio de océanos y de puertos.

Sólo los peces, cada vez que se lance una red al mar,
sabrán en qué lugar han puesto sus agujas,
estas mujeres que tuve junto a mí un tiempo.


ME PARECE

Me parece ver la redería
aun cuando la cinta del tiempo se ha alargado.
Está todo aquí, como si lo estuviera viviendo de nuevo.
Como si fuera el primer día de una aventura desconocida.
Porque es como si estuviera viendo los boliches
arrinconados
como cerros,
y las largas cadenas, como largas y pesadas
culebras,
y los innumerables corchos tirado en el suelo,
y las anillas y los cabos sueltos
y las voces de mujeres que gritaban
con la fuerza de un hombre
arrinconadas o esparcidas por diversos lugares.
Y, a veces, hasta me llega el olor a pescado,
y hasta mis talones parecen humedecerse.
Porque esto es así, queda
impregnado como el mismo sol del desierto.

Yo no sé si mis pasos
habrán quedado penando por esos lugares.
¿Estará mi voz entonces escondida en las calaminas
o tal vez mi voz ha sido llevada por las redes que toqué
hacia las profundidades del mar?.
¿O estaré arrinconado en algún tarro, en algún cajón
o en algún harapo de mujer tirado en el suelo?.
Porque todo queda en algún sitio
aunque yo haya hablado bajito
y haya pasado tan rápido que nadie se dio cuenta
que estuve allí.



UNA MUJER

Una muchacha se me acercó un día.
Tan súbita, rebelde, risueña.
Aprendí a beber el café junto a ella.
Y hasta pude reír frente al frío de la costa.
Yo no la creí capaz de ceñirse a mi vida,
porque éramos tan distintos como la ciudad
y el océano.
Pero, sin embargo, vino y escudriñó
y fue entrando a mí pausada, como cuando entra
una anciana a la puerta de su casa.

Nunca he podido conocer mejor a una mujer
que a aquélla que se me acercó un día.
A veces rompía en llantos
y, cuando me abrazaba,
todas sus lágrimas rodaban por sobre mi camisa
engrasada.

Me pregunto cómo pudo unirse a mi vida,
tan súbita y risueña como una mañana de primavera.
Porque aquí no hubo nada, ni un llamado,
ni una seña desde lejos, nada
que nos hiciera sentir avergonzados.
Sólo sé que desde ese día
ya no pude beber el café solo y triste como antes,
en medio de aquellos fierros y cajones y redes
húmedas.

PEQUEÑA


Era una mujer pequeña. Pequeña
como una ola de orilla.
Todo su cuerpo se desplazaba
rápido
como los peces del océano.
Y estaba aquí y estaba allá,
siempre en movimiento,
como un emblema que flamea en el aire.

Jamás pude verla estática,
escurridiza mujer de galpón y de redes.
De aquéllas que se apagan y florecen
como los mismos caracoles marinos.

Era pequeña como una ola de orilla y misteriosa
como ella.
Blanca y oscura como el tiempo del norte,
blanca y oscura como la superficie y la profundidad.

Era pequeña de piernas y brazos, de harapos y palabras.
Mínima como un grano de arena,
pero grande y misteriosa como el mar y la vida.


LABIOS

Fueron míos sus labios
junto a la sal y al olor de las redes.
Y nunca pude descifrar, en medio de tanta braveza
lo que sus besos me decían y me daban.
Sin embargo, al tomar sus manos,
me fui sintiendo dueño del océano.
Porque eran las manos de una redera,
las mismas que han tocado tantas y tantas
profundidades.
Sin embargo,
hablaba de sus labios.
Aquellos cálidos labios
que me cobijaron durante todo el invierno.
Y no puedo hablar de otra cosa porque fueron ellos
los que me dieron todo su cuerpo en una tarde
de gaviotas en el cielo.
Ellos me traen su cuerpo en rápidos ropajes,
aquéllos que despojé un día para hacerla mía.
Y me fui acostumbrando a su vida y a su olor
marítimo,
a su andar y a su voz grosera,
a sus gritos y a sus piernas.
Y me fui muriendo a pausas, hora a hora,
cuando las goletas del puerto me la llevaban
cada vez que quería tenerla cerca.


TARDE

Era la tarde, junto a nuestros cuerpos,
tan quieta hasta parecerse a un puente
abandonado.
De esos puentes azotados por las olas
y que no dicen nada como alguien demasiado
mudo y consciente.
Y creo que jamás podría definir al cielo,
porque cada vez que lo observaba,
la marinera besaba mi boca hasta bañarla
de océano.

Y era el océano, entonces, el que se adueñaba
de la tarde,
así como las aves se adueñan de las alturas.
Pero yo era feliz frente a ese panorama frío.
Y eran la sal y el aire los que vitalizaban
mi alma.
Y era su cuerpo, demasiado salado y tibio,
el que,
protegido entre mis brazos, circulaba
como una rueda hasta dejarme absorto.

Era la tarde tan quieta, pero estaba ella
y estaba yo.
Y estaban los fierros y estaba la arena. Y estaba
el rugir del mar.
Y estaba su aliento silvestre, y estaban las gaviotas
y los gritos
y los ruidos de goletas.
Era una tarde quieta, pero tal vez no lo era.
Porque crujían, a lo lejos, los lamentos
de las olas.
Y el aire, a medida de nuestros besos, se iba
haciendo una mina de crepitaciones.
Sin embargo era mía la tarde.
Era mía y la apretaba entre mis manos
cual si fuese una moneda.
Y rodaban entre mis piernas las piernas
de mi marinera.
Y cada vez que palpaba sus muslos
un escalofrío de peces galopaban por mi alma.
Y era la tarde, sin embargo, quieta. Tan quieta
como un puente de caleta.



PERO ME EQUIVOQUÉ

Pero me equivoqué de casa, marinera mía.
Me equivoqué y caí
como cae un ave desde las alturas,
herida, herida por las piedras o las balas.

Marinera de paño abierto y de mar abierto,
yo no cuajé ni en tu paño ni en tu mar
turbulento.
Todo no fue más que un mar de besos agrios
y de iras de gato, y de noches de insomnio.

Marinera de ojos grandes, de boca grande,
de oídos grandes y de pechos grandes,
todo lo mío fue ínfimo para ti.

Mujer de ojos bien abiertos y de un corazón
cerrado
quise, sin embargo, todo lo tuyo,
tu cuerpo, tu alma pueril,
tu cuchillo, tu aguja, tus manos sucias
y tus zapatos sucios.

Fueron crepúsculos distintos, alejados
de silencios.
Fueron los crepúsculos de gritos y de ruidos,
aquéllos que se marchan como lo hacen los forasteros.

Y aquí, desde lejos, mi alma llora
frente al mar que tanto amas y que yo tanto amo. Pero fuimos
tan distintos
como la ciudad y el océano.




Y UN DIA PARTÍ


Y un día partí
como parten las estaciones. No podía
ni siquiera seguir escudriñándote.
Marinera de mierda, te amé como aman
los depravados.
Con ese deseo de lamer
tus labios de día y de noche.

Y un día partí
Y dejé atrás el sabor del vino de los puertos.
Y dejé mi cuchillo y mis herramientas, allá, a lo lejos,
botadas,
y todo aquel ruido de cadenas y de cajones.

Este color del mar
y este amor engrasado, cercano a los fierros
y cajones y redes y ratas.
Este color del mar y esta pena mía
absorbe mi alma hasta dejarla hueca.

Y un día partí
sin siquiera mirar atrás.

“Marinera mía, mentiste como mienten los leopardos.

Tu boca me pedía desde lejos que no marchara,
Pero mis herramientas quedaron botadas,
arrinconadas,
abandonadas,
como reliquias de museo.

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Comentarios selectos sobre el material de este blog.

Sobre ballenas y un libro Estimado amigo Carlos Amador Marchant: agradezco emocionado la mención que haces de mi novela en tu bella y emocionante crónica. Un fuerte abrazo desde España. Luis Sepúlveda(escritor) 24 de julio de 2010 15:03 ........................................................ Sobre ballenas y un libro Estimado Carlos: Gracias una vez más, por cierto, tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunidas en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo. Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias Luis Sepúlveda (escritor) 26-07-2010 ........................................................ Crónica "Dame de beber con tus zapatos". Luis Sepúlveda (escritor) dijo... Querido amigo, como siempre disfruto y me maravillo con tus crónicas. ¿Para cuando un libro? un abrazo Lucho (Gijón-España) 10 de julio de 2011 15:25 .................................................... Sobre Ballenas y un libro Fuertes imágenes de una historia y una matanza, y de un lugar, que sobrecogen. Con pocos elementos, pero muy contundentes, logras transmitir una sensación de horror y asco que no se olvidan. He estado en Quintay varias veces, y sé lo que se siente al recorrer las ruinas de la factoría; mientras uno se imagina los cientos de ballenas muertas infladas, flotando en la ensenada, en espera del momento de su descuartizamiento, antes de ser hervidas en calderos gigantescos e infernales, para extraer el aceite y el ámbar, tan apetecidos por la industria cosmética en el siglo XX , así como lo fue (el aceite) para el alumbrado callejero en el siglo XIX... Crónica muy bien lograda. Un abrazo. Camilo Taufic Santiago de Chile. 27-07-2010 ........................................................ Sobre "Los caballos y otros animales junto al hombre" Tus asnos, caballos, burros y vacas son otra cosa, por cierto, tan cercanos al hombre, tan del hombre. Te adjunto una vieja fotografía de dos palominos que tomé en las montañas de Apalachia, en Carolina del Norte, allá por el año 1983. Encuentro interesante y muy amena la manera en que hilvanas tus textos, siempre uniendo al tema alguna faceta literaria o cultural (en este caso, Delia del Carril, Virginia Vidal, Nemesio Antúnez, Santos Chavez). Hace tiempo te dije que no desistieras de tus crónicas, que van a quedar, y mis palabras fueron corroboradas recientemente por Lucho Sepúlveda cuando él te escribió a propósito de tu artículo Sobre ballenas y un libro: "Estimado Carlos: (...) Tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunida en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo. Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias. Lucho". Y eso digo yo también, que tus crónicas son estupendas. Te escribe desde Benalmádena, Málaga. Oliver Welden (poeta) 21 de agosto de 2010 ...................................................... Sobre "El corcoveo de los apellidos..." ¡Notable, muy bueno! Escribir sobre la configuración de su nombre, con esa transparencia en el decir es algo que se agradece, precisamente en un pequeño universo donde lo que más pareciera importar es "el nombre". Además, esas referencias a los escritores nortinos siempre son bienvenidas, pareciera que no siempre ellas abundan en la crónica y crítica nacional. Ernesto Guajardo (Valparaíso-15 noviembre-2010)

Estadística del material leído durante la semana.