
Chile..¿país de monos?
Escribe Carlos Amador Marchant
De dónde, de qué lugar, de qué aire podrán salir palabras originales que puedan anclar definitivamente en el alma de nuestros conciudadanos. Porque los “monismos” hoy por hoy están a la orden del día y en nuestras calles si te levantas a las seis de la mañana y caminas por avenidas o lugares de ferias tempranas, es mejor que tapes tus oídos o comprimas el cerebro para no percibir los fatídicos cosquilleos producto del asco de entorno.
Chile, sin duda, es un país con serios problemas de identidad. Esto mismo incide en el comportamiento diario de sus habitantes y en nunca saber quiénes somos sin antes mirar para el lado. Es decir, estamos hablando de un arbusto sin raíces “poderosas” que flota a la deriva en un río caudaloso. Nos falta querernos.
El escritor porteño Jaime Valdivieso en uno de sus ensayos que abordan esta temática afirma que “un ejemplo colectivo de esta falta de identidad nacional se manifiesta en un comportamiento individual sin carácter, sin fuertes rasgos propios, sin autoconfianza y credibilidad. Porque los chilenos cambiamos nuestro acento y vocabulario cuando pasamos unos años en otro país de habla castellana como España, Argentina, México o Cuba; y la misma facilidad y permeabilidad con que imitamos todo: desde ideologías, sistemas económicos, técnicas publicitarias en idioma inglés, hasta hábitos diarios (como no sentarse en un cine hasta no haber comprado un paquetón de maíz tostado como se hace en Estados Unidos)”.
Esta situación diaria se transforma en algo enfermizo y de ahí mi alusión anterior a “los cosquilleos producto del asco de entorno”. Y esto, para quienes son sensibles extremos, no es recomendable.
Recuerdo hace mucho tiempo, para poner algunos ejemplos que grafiquen los trastornos de nuestra personalidad, por la década del 80 en uno de los campus de la Universidad de Tarapacá (Arica), lugar donde trabajaba, me percato que una secretaria del cuarto piso, es decir de rectoría (por no decir la secretaria del Rector), utilizaba bastante el adjetivo “obvio”. Y como tenía buena presencia y era simpática, esta afirmación para dar más claridad a los diálogos donde ella participaba, muy pronto fue bajando de pisos hasta establecerse en las bocas de otras de sus pares. El “obvio” corrió como el aceite y luego ancló en los labios de la juventud. Es más que probable que ella haya traído esa palabrita de otros sitios, tal vez en sus viajes a Santiago, al extranjero, no sé. Lo cierto es que alguien después lo alargó a “obviamente”. Y era tan espantoso escuchar a cada rato esta misma canción, que asfixiaba. La “moda” o “falta de carácter” se extendió por lo menos hasta dos años. Creo que ahora de nuevo comienza a aflorar. Espantoso.
Otro ejemplo tiene que ver con la juventud actual, aquéllos que en algún momento quisieron desechar el idioma, transformarlo a su criterio, darle vida y autoría. Alguien comenzó eliminando el “por” por una “x”, y el “más” por un “+”. Alguien lo hizo. Otros le imitaron rápidamente. En este momento es común ver en los mensajes de celulares, en el chat, este tipo de oraciones: “envío muchos besos x este amor que te deposito + ahora que estás tan lejos”…
Por 1997, cuando frecuenté varias oficinas del Congreso Nacional a mi llegada a Valparaíso, comprobé (de nuevo las mujeres) que la secretaria de un parlamentario, joven, hermosa y de buen trato, al contestar el teléfono, en un tono de gracia extrema decía “bueno” al responder lo que le expresaban u ordenaban desde el otro extremo. Pero el adjetivo “bueno” lo usaba en reemplazo de un “perfecto”, “de acuerdo”, “entendido”. Muy pronto ese “bueno” fue saliendo de las gargantas femeninas con un dejo de simpatía y se extendió a “bueeeno?”, como despedida. Cuando me correspondió, semanas más tarde visitar otras oficinas públicas me di cuenta que muchas secretarias, por no decir todas, también utilizaban esa moda que al final culminó en náuseas.
El ex Presidente de la República Ricardo Lagos, en sus galas de buen orador, antes de ser elegido frecuentó en momentos especiales la muletilla “en consecuencia”. Demasiado pronto hasta el más insignificante trabajador administrativo, pasando por parlamentarios, ministros, también usaron esa expresión y algunos hasta la fecha la siguen usando: “Hemos hecho un buen trabajo hasta la fecha, "en consecuencia", debemos perseverar por estos rumbos”
Las jovencitas y por supuesto las secretarias que llevan la delantera, de un tiempo a esta parte dejaron de usar la frase “por favor” y la disminuyeron a “porfa”. Desde sus gargantas salían simpáticas expresiones como éstas: “¿puede venir a las seis de la tarde, ¿porfa?”. Y ya no era una sino miles las que comenzaron a usar la palabra hasta gastarla y cansar a los que la escucharon. Por estos días alguien quiso hacerle una innovación y el “porfa” fue cambiado por el “porfis” y ya son miles y miles de féminas que en vez de decir “por favor” lanzan y ametrallan con el “porfis” que ahora se pasea en las oficinas públicas y privadas. Le dicen al mayordomo: “¿puede traerme un café bien cargado ¿porfis?”
No escapa a esto la forma de expresarse que tuvo Michelle Bachelet, porque fueron muchas las mujeres y algunas ministras que incluso imitaban hasta sus gestos.
En el mundo de la televisión chilena estuvo de moda “Casados con hijos” con los simpáticos personajes del Tito Larraín y la Quena. No fue ajeno ver en los colegios, en los mercados, en las tiendas, cómo las jovencitas imitaban a la Quena cuando hablaba, cuando gesticulaba, cuando se enojaba.
Hace un tiempo a algún morrocotudo se le ocurrió, al referirse al horario en que estaría llegando a cierta reunión, cambiar la frase “más o menos” por “tipín”. Y de inmediato en los más aciagos sitios de nuestro país se escuchó decir: “llegaré a esa reunión “tipín cinco de la tarde”. El “tipín” falleció por asfixia. Menos mal.
En labios de los parlamentarios, en ministros, en quienes ocupan cargos públicos, alguien, no sé quién, un día apareció diciendo, para contestar una pregunta complicada, la frase “a ver”. Pregunta: ¿usted cree que se solucionará el problema del transantiago?...el entrevistado arremete…”A ver..primero diré a usted…” Demasiado pronto, sin duda, ahora todos están con la muletilla penosa.
El problema es que Chile es un país sin identidad propia. Y esto es lo grave, lo que conlleva a todas estas trancas asfixiantes. El propio Jaime Valdivieso lo explica: “La identidad nacional respondería a una cultura nacional que debía ser construida y que se esperaba integrara los mejores elementos y tradiciones de las culturas étnicas existentes. Pero, por supuesto, este proceso no fue natural, espontáneo e ideológicamente neutral. Fue un proceso muy selectivo y excluyente, conducido desde arriba; decidió qué conservar y qué desechar, sin consultar a todos los participantes…”