viernes, 22 de abril de 2011

Algunos personajes de la calle Serrano



Algunos personajes de la calle Serrano
Por Carlos Amador Marchant


Hablar de la calle Serrano del puerto chileno de Valparaíso, es hablar de miles de fantasmas que recorren sus espacios.
Calle pequeña, pequeñísima, que colinda entre la plaza Echaurren y la Sotomayor, sin duda ha gritado y metido bulla al paso de muchos lustros.
Hay fotos de mitad del siglo XIX, cuando se le conocía como La Planchada, y donde podemos apreciar a los transeúntes que ya no están y que en algún momento hicieron lo mismo que hacen los que circulan en la actualidad por los ya desvencijados edificios (repetition time).
.En el esplendor del puerto aquí se instalan los magnates, quienes levantaron edificaciones que hoy podemos apreciar en calidad de deplorables. Eligieron esta calle y las aledañas para poner negocios, muchos de ellos verdaderos palacetes como el Rivera que aún se puede apreciar en su interior. Estamos hablando, por cierto, de ruinas no resguardadas en su momento por las autoridades de gobiernos de turno, que poco o nada han tenido de visión preservadora.
Si bien es cierto “El agua, la sombra y el vaso. Se van o perecen.”, como lo dijo Neruda en su “Mariposa de otoño”, no podemos ponernos el parche ante la herida para justificar tanta irresponsabilidad de patrimonios.
Tras una actividad que he estado realizando por más de tres meses en esta misma calle, uno de los propósitos primordiales ha sido la observación de sus rincones y la vida que circula en la actualidad.
Antes de entrar al tema de los transeúntes de hoy, no puedo dejar de decir que esta calle parece devorada por la desgracia, por fantasmas o de quienes quieren que lo antiguo desaparezca ad aeternum del puerto histórico. Aquí ya se han producido más de siete incendios que devoraron edificaciones completas, siendo el último el que aconteció el 2007 con una explosión que afortunadamente (no hubo más víctimas) desembocó en cuatro muertos.
En Internet hay poco sobre esto. Sin embargo, tenemos una buena cantidad de escritores, periodistas y estudiosos jóvenes que empiezan a rescatar vida de recovecos. Son libros que circulan por ahí y están, seguramente, escondidos en bibliotecas.
Si bien la calle Serrano a mitad del siglo XIX estaba sellada por la alta sociedad, en estos días del 2011 aún circula por ahí la bohemia y los que se han quedado pegada a ella haciendo de ésta una cárcel invisible.
Me ha tocado ver “personajes” que transitan arrastrando vidas desconocidas. No es ajeno, me dicen por ahí, que entre los ebrios terminales existan eminentes profesionales y gente que tuvo mucho poder económico. Atrapados en la miseria no pudieron escapar del yugo del alcohol, las mujeres, las drogas, hasta culminar sus días casi en la locura.
Me sorprende un hombre sin edad ni tiempo que permanece sentado (más bien tirado) a mitad de esta calle. Está siempre ahí porque no puede levantarse, no puede con su cuerpo, se arrastra, cruza la calle de esta manera, arrastrándose como culebra. No me atrevo a calcular su edad, pero huele a excremento fresco, a meado. Ignoro quiénes lo transportan para cobijarlo en tiempos de lluvia. Pero siempre está ahí, tirado, mirando a la lejanía. En ese cuerpo que poco vale (no podemos negarlo) hay un alma atrapada, un alma que no puede salir hacia otra luz.
A pasos de la plaza Sotomayor se instaló la Facultad de Humanidades de la Universidad de Valparaíso. Ahora podemos ver ese sector atestado de estudiantes. Hace unos días vi a un grupo de muchachas sentadas en las escalerillas de un edificio. De repente apareció una mujer baja de estatura y arremetió con un vozarrón cinco veces más grande que su cuerpo: “¡Ustedes, mierda, no saben nada, no saben nada de la vida. A mí me ha costado vivir, yo sé de sacrificios, mierda, yo he sufrido, yo sufro todos los días, ustedes no saben nada, no saben nada!”. La voz cada vez fue tomando tonos agresivos delatando alguna enfermedad mental. Las universitarias miraron al suelo y no dijeron nada, como si el mundo del otro mundo aleteara sin querer agarrar vuelos definitivos.
Decenas de hombres ebrios se desplazan por Serrano. Algunos tratan de decirme palabras incoherentes, el paso por la vida y lo que fueron en tiempos mejores. Epítetos fulminantes saltan y se arrastran al paso de las horas, y el olor a tierra vieja, a edificios ancianos, carcome los espacios.
La desgracia es la atrofia de la calle Serrano, y en medio de ésta a veces irrumpen los que no quieren sufrir, sino más bien los que buscan reírse del sufrimiento.
Frente a la sede universitaria un hombre gordo y alto, bonachón, y con una barba blanca que apretujaba su rostro colorado, estaba conversando con un señor que vendía ropas. Desde el lado de la plaza Echaurren se ve venir a un individuo de caminar lento, lentísimo. La particularidad de este hombre que debe sufrir alguna enfermedad a los genitales producto de la próstata o cierto problema venéreo y terminal, es que camina con las piernas abiertas como un arco. Su extrema lentitud para desplazarse, más sus piernas abiertas de forma exagerada, lo transforman en un ser observado por los transeúntes. Se une a esto, además, la estatura del metro setenta y su delgadez de aguja.
Debe haberse demorado unos diez minutos hasta llegar donde yo estaba situado y una cantidad similar para alcanzar la grotesca imagen del gordo. Desde lejos vi que el heliogábalo le dio unos manotazos en la espalda como sinónimo de amistad de largo aliento (creo tener la certeza que en la calle Serrano todos los bohemios se conocen). Unos minutos después el hombre de las piernas arqueadas siguió su camino con lentitud de reloj de arena.
El gordiflón termina de conversar con el vendedor de ropas e inicia su camino en dirección a la Plaza Echaurren. Al pasar frente a mí, me mira sonriendo y dice con picardía: “¿Sabe cómo apodamos a ese hombre de piernas abiertas?….¡¡¡Diez para las dos¡¡¡¡”. Y lanzó una carcajada furibunda.
La tarde fría en la calle Serrano comenzaba a apretarse. No me quedó más que recordar los versos de Enrique Lihn: “¿Qué será de los niños que fuimos?. Alguien se precipitó a encender la luz, más rápido que el pensamiento de las personas mayores.”

editor

lunes, 18 de abril de 2011

Poesía en medio de la barbarie


Poesía en medio de la barbarie
Escribe Carlos Amador Marchant



Toda una larga y asfixiante reconstrucción de hechos, y en medio de éstos, miles de cosas parecen aletear en cada rincón por donde camino.
Las cárceles de la Quinta Región de Chile fueron los primeros lugares que conocí al llegar a Valparaíso. Y no se trata que haya caído en cana ni nada por el estilo, sino por unos proyectos ganados al comenzar 1996.. Desde esos momentos hasta la fecha, aún siguen encendidas brasas de lo observado.
Me parece haber sido, si no el primero, por lo menos el que inició el tema de los talleres literarios en la década señalada. Los inicios fueron en la cárcel de Valparaíso (ex Cárcel). Más tarde Casablanca, Limache y Quillota.
El tema central es cómo entré a estos laberintos sin saber de ellos.
Sin tener experiencia en estos asuntos carcelarios, recuerdo haberme contactado con un asistente social de la institución. Conversamos sobre el tema. Era 1996. Hasta ese momento nadie tenía la certeza de los resultados que acarrearía la experiencia.
El hombre en cuestión siempre me miró con cara expectante. Era un ser moreno y pequeño. Yo, en cambio, lo miraba desafiante, como diciéndole que no le temía a nada. Estoy seguro que el resto de los funcionarios de Gendarmería, pasando por su plana mayor, también acarreaban temor. Me dio la impresión, y no puedo sacarme esto de la cabeza, que ellos se preguntaban “qué haría yo en esos lugares donde sólo parecía estar instalado el demonio”.
Un día antes de comenzar estos talleres, me citaron al recinto a las diez de la mañana. Me aclararon que la idea había sido conversar un poco para promocionar la actividad..
Llegué diez minutos antes al lugar, a este sitio que hoy se le llama histórico, y que yo más bien le llamaría “siniestro”.
Dicho señor con cara de soslayo, me invitó al casino de la institución. Ese era el lugar donde almorzaban todos los administrativos y superiores. Afable en todo caso, el profesional me presentó a todos sus colegas y la mayoría estrechó mi mano. Sensitivo, me pareció que muchos decían para sus adentros: ¡ni sabe lo que le espera¡
No recuerdo su nombre, pero sí los consejos constantes:: “debe ser fuerte frente a la presencia de estos reclusos” “esto no es fácil”…”Debe hacerse un cartel para ver si los hombres se interesan en el tema..¿me entiende usted?”...terminaba diciendo.
Con todas estas cantinelas el almuerzo no entró bien al estómago.
Media hora después me tocaba, cara a cara, enfrentarme con esos seres de rostros fieros.
Dije que el almuerzo no había entrado bien en el estómago. Pero esto no importaba.
De repente, el asistente social, mirándome fijo a los ojos, preguntó: ¿está preparado ya?. Y nos paramos de la mesa.
Habían seleccionado una sala grande. Al paso del tiempo, ahora que he ido a visitar este lugar transformado en museo, no logro ubicar el sitio que me asignaron para dialogar con los reos.
La caminata por el patio del recinto, tras las recomendaciones dadas por el profesional, me pareció interminable. Cuando llegamos al lugar, observo a una treintena de hombres sentados en el suelo y otros apoyados en las paredes. Nos situamos en la parte superior de la sala y comienzo a ver las posturas de cada hombre, sus ojos, la dureza de sus movimientos. Me presentan en medio de murmullos. Hablan del proyecto brevemente y terminan señalándome como profesor.
Los hombres me miran de pie a cabeza, dicen cosas entre ellos, algunos parecen reírse, alguien grita por ahí: “¡de qué se trata esto, don”!. Y el profesional deja que me explaye.
Al parecer al comienzo nadie entendió mucho. Miro para todos los rincones. Tengo la impresión que a ellos les gusta que uno los mire a los ojos. Y seguí. Les conversé sobre el proyecto y al final pregunté cuántos serían los interesados en asistir. De los treinta sólo levantaron la mano diez. Uno dijo por ahí..¡¡esto es una gueá¡¡¡¡
El asistente me miró y expresó su alegría. En su imaginación rondaba la idea que nadie aceptaría, y el fracaso pudo ser lo más cercano a sus pensamientos.
Los martes fueron los días acordados para esos encuentros.
Estaba, sin duda, frente a la bravura, la misma que me tocó percibir semanas antes, cuando se me ocurre asistir al entierro de un bombero por la noche. No conocía esas ceremonias fúnebres con cientos y cientos de hombres provistos de antorchas, con bandas militares y carros. Llegué hasta el cementerio que está, precisamente, frente a la ex cárcel. En el momento del silencio total en medio de los deudos y cantidades de voluntarios, cuando van haciendo el ingreso del difunto y alguien comienza a hablar sobre las virtudes del hombre que se había ido, en medio de cantidades de flores y luces de vehículos, desde los ventanales del recinto irrumpen gritos y voces huracanadas: ¡Menos mal que te moriste guevón!. Y las carcajadas provenientes del lugar penitenciario parecían rebotar junto al aire de la noche. Era la barbarie.
Yo llevé poesía a ese sitio. Al paso de los años me he preguntado sobre esta especie de valentía. Era como ingresar flores a un campo minado.
En esos martes al entrar y salir de la cárcel me tocó ver patadas y combos en los contornos. Gritos enfurecidos y hedor a cuerpos nauseabundos.
En medio de esa selva estos diez hombres que quisieron ser poetas esperaban mi llegada y me escoltaban hasta la sala como protegiéndome. Ellos querían estar en contacto con los libros, tenían la esperanza de cambiar sus días.
En la cárcel de Quillota el ingreso era a través de varias puertas de hierro. Quince heroicos se atrevieron a estar conmigo. De los quince uno entró en pánico a la segunda clase y se paró con violencia. ¡váyase a la mierda profe, esta gueá no me interesa!. El resto quedó en silencio, y luego lo dejaron salir en medio de comentarios fulminantes.
Un alumno me sorprendió con palabras que detecté eran de una persona educada. Se trataba de un joven de no más de veintidós años. ¿Qué hacía ahí?, me pregunté. Más tarde conversó que había estado en una fiesta universitaria (estudiaba sociología) y una vez que salió a la calle un muchacho ebrio amenazó con matarlo. Se fueron a las manos y él le propinó un combo que lo tumbó hasta hacerlo caer al suelo. Se fue tranquilo a su casa, sólo pensando en que había logrado salir airoso del bochorno. A la mañana siguiente golpean a su puerta. Eran dos policías. Le avisaban que el joven a quien le había lanzado un combo normal de cualquier riña, había muerto de una especie de trombosis. Es decir, se convirtió en un asesino impremeditado.
Dos años estuve rondando el sabor de los calabozos, viendo ojos desorbitados, dentaduras caídas y voces con historias difuminadas.
Pero hay que decir que estas son las cárceles donde el ser humano deja su vida en las paredes, y el sufrimiento de hacinamientos y muertes no es nada más que la imagen de un país que trasunta la barbarie.
De ese tiempo a esta parte han pasado catorce años. Un día voy caminando por la calle y alguien me grita. Se acerca un hombre a quien nunca logré recordar, pero me dice “profe” y ruega a todas las estrellas que lo recuerde. Me grafica en medio de una alegría terrible que había salido en libertad hacía dos años. Finalmente me abraza y me expresa que seguía escribiendo poemas, que él fue uno de mis primeros alumnos de la penitenciaría de Valparaíso y que, incluso, había ganado unos premios en su población. Tras media hora de diálogo lo veo alejarse vigoroso. ¿Habrá triunfado la poesía?.

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Comentarios selectos sobre el material de este blog.

Sobre ballenas y un libro Estimado amigo Carlos Amador Marchant: agradezco emocionado la mención que haces de mi novela en tu bella y emocionante crónica. Un fuerte abrazo desde España. Luis Sepúlveda(escritor) 24 de julio de 2010 15:03 ........................................................ Sobre ballenas y un libro Estimado Carlos: Gracias una vez más, por cierto, tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunidas en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo. Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias Luis Sepúlveda (escritor) 26-07-2010 ........................................................ Crónica "Dame de beber con tus zapatos". Luis Sepúlveda (escritor) dijo... Querido amigo, como siempre disfruto y me maravillo con tus crónicas. ¿Para cuando un libro? un abrazo Lucho (Gijón-España) 10 de julio de 2011 15:25 .................................................... Sobre Ballenas y un libro Fuertes imágenes de una historia y una matanza, y de un lugar, que sobrecogen. Con pocos elementos, pero muy contundentes, logras transmitir una sensación de horror y asco que no se olvidan. He estado en Quintay varias veces, y sé lo que se siente al recorrer las ruinas de la factoría; mientras uno se imagina los cientos de ballenas muertas infladas, flotando en la ensenada, en espera del momento de su descuartizamiento, antes de ser hervidas en calderos gigantescos e infernales, para extraer el aceite y el ámbar, tan apetecidos por la industria cosmética en el siglo XX , así como lo fue (el aceite) para el alumbrado callejero en el siglo XIX... Crónica muy bien lograda. Un abrazo. Camilo Taufic Santiago de Chile. 27-07-2010 ........................................................ Sobre "Los caballos y otros animales junto al hombre" Tus asnos, caballos, burros y vacas son otra cosa, por cierto, tan cercanos al hombre, tan del hombre. Te adjunto una vieja fotografía de dos palominos que tomé en las montañas de Apalachia, en Carolina del Norte, allá por el año 1983. Encuentro interesante y muy amena la manera en que hilvanas tus textos, siempre uniendo al tema alguna faceta literaria o cultural (en este caso, Delia del Carril, Virginia Vidal, Nemesio Antúnez, Santos Chavez). Hace tiempo te dije que no desistieras de tus crónicas, que van a quedar, y mis palabras fueron corroboradas recientemente por Lucho Sepúlveda cuando él te escribió a propósito de tu artículo Sobre ballenas y un libro: "Estimado Carlos: (...) Tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunida en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo. Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias. Lucho". Y eso digo yo también, que tus crónicas son estupendas. Te escribe desde Benalmádena, Málaga. Oliver Welden (poeta) 21 de agosto de 2010 ...................................................... Sobre "El corcoveo de los apellidos..." ¡Notable, muy bueno! Escribir sobre la configuración de su nombre, con esa transparencia en el decir es algo que se agradece, precisamente en un pequeño universo donde lo que más pareciera importar es "el nombre". Además, esas referencias a los escritores nortinos siempre son bienvenidas, pareciera que no siempre ellas abundan en la crónica y crítica nacional. Ernesto Guajardo (Valparaíso-15 noviembre-2010)

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