viernes, 12 de octubre de 2012

RECOLECTORES DE BASURAS EN EL PUERTO





Escribe Carlos Amador Marchant



A mi llegada al puerto de Valparaíso (1995) sorprendió su forma de vida, sus costumbres. Y hay algo que no puedo dejar en el olvido de la mañana a la noche: el accionar de los recolectores de basuras.
La verdad, no hay nada extraordinario en ciudades planas. La diferencia con esto lo ejerce precisamente este puerto con sus escaleras y pendientes que han sido retratadas en cientos de ocasiones por pintores, acuarelistas y escritores, al paso de siglos.
Como muchas personas dedicadas a la escritura, he vivido en esta ciudad en sitios diversos. Aquí he conocido gente de diferentes estatus, con vocablos e ideas distintas, con el aletear de vuelos distantes.
Sin embargo, después de haber leído un texto hasta altas horas de la amanecida, siempre fui despertado por  gritos de recolectores de basuras, con sus inmensos camiones. Son diferentes voces, algunas muy nasales, otras graves, con risotadas al brote: ¡¡Aseo!!. gritan.
De ahí hacia adelante no se puede volver a la cama. Es decir, parece que con este rugir comenzara el día sin que nadie te diga lo contrario.
 La basura, y más aun, los vertederos, son como la muerte del hombre. La muerte crucificada Me palpan las manos estos versos del norteamericano Allen Ginsberg: “Millones de hijas caminan sobre el barro/Millones de niños se bañan en la inundación/Un millón de muchachas vomitan y gimen/Millones de familias sin esperanza, solas.”
Muy jovencito, en el norte de Chile, en período de vacaciones liceanas, trabajé de obrero en una industria eléctrica. La labor era (entre muchas otras), dos veces a la semana, acompañar a un camión tolva repleto de basura para ser depositada en un vertedero en las afueras del lado norte de Iquique. Mi impresión al llegar a ese lugar siempre fue de destrucción, de muerte eterna o de fosa común, del mundo encuclillado en su inmundicia disfrazada. Era tanta la cantidad de moscas en ese sitio, que caminar por aquellos cerros de escombros, se hacía insoportable. La hediondez y la humareda, las bacterias entrando y bailando por tu estructura. Nada ahí era pureza. Lo comprobaba al regresar a la ciudad, con los ropajes impregnados a esa fetidez penetrante.
Los recolectores de basuras en Valparaíso son diestros en la materia. Pero no sólo por saber trabajar en estos escenarios de podredumbre, sino por la conformación de la ciudad. Ellos van gritando casa por casa: ¡¡Aseo!!, haciéndose espacios entre los cerros, entre las quebradas, y luego subiendo el material en unas especies de lonetas que  transforman en grandes sacos. Los camiones los esperan más arriba, en lugares planos, donde los hombres, sudorosos, deben llegar con esos cargamentos.
Desde la distancia se ven como hormigas recorriendo árboles. Bajan y suben escaleras, calles, y beben la mierda y el vino de los días.
Las cifras dicen que en fiestas patrias, en los días de estas festividades, los recolectores alcanzan a retirar más de doscientas toneladas de escombros. El año pasado, al finalizar el 2011, se acumularon doscientos cincuenta toneladas de basura. Es decir, se trata de un trabajo agotador y minucioso.
Por esta razón, cuando ellos pasan alrededor de mi barrio, van dejando la estela de días agrios. Pero siempre ríen y gritan. Cuando suben cerros te miran desde lejos, lanzan bromas, saludan, cantan.
La contraposición entre vida y escombros se acentúa. Los ropajes sucios y sudorosos se enfrentan entre días de sol y de lluvia.
En Valparaíso, los recolectores de basuras golpean puertas en los cerros. Tratan de despertar al que no dejó sus miserias en la calle. Algunos salen corriendo, apresurados, con  bolsas en manos. Parecen temer la mirada labriega del basurero.
Aunque parecen gatos o roedores al acecho, estos valiosos hombres regresan a sus casas también.
Los he observado bajo la torrencial lluvia del puerto. No se ven debajo de aquellos trajes amarillos. Y las calles le abren paso con sus aguas corriendo como ríos.
Los recolectores de basuras me recuerdan a un tiempo en que la niñez te embadurna las piernas. Y hasta veo mis zapatos manchados con desechos, con fetidez a perros sarnosos. Me recuerdan el momento en que nos llamaban al baño nocturno, cuando las madres  sacaban todo el trajín de podredumbre. Y ellos hacen lo mismo al llegar la noche. Regresan a sus casas, cansados y tristes, a eliminar por un momento, todo el llanto del mundo.




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Comentarios selectos sobre el material de este blog.

Sobre ballenas y un libro Estimado amigo Carlos Amador Marchant: agradezco emocionado la mención que haces de mi novela en tu bella y emocionante crónica. Un fuerte abrazo desde España. Luis Sepúlveda(escritor) 24 de julio de 2010 15:03 ........................................................ Sobre ballenas y un libro Estimado Carlos: Gracias una vez más, por cierto, tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunidas en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo. Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias Luis Sepúlveda (escritor) 26-07-2010 ........................................................ Crónica "Dame de beber con tus zapatos". Luis Sepúlveda (escritor) dijo... Querido amigo, como siempre disfruto y me maravillo con tus crónicas. ¿Para cuando un libro? un abrazo Lucho (Gijón-España) 10 de julio de 2011 15:25 .................................................... Sobre Ballenas y un libro Fuertes imágenes de una historia y una matanza, y de un lugar, que sobrecogen. Con pocos elementos, pero muy contundentes, logras transmitir una sensación de horror y asco que no se olvidan. He estado en Quintay varias veces, y sé lo que se siente al recorrer las ruinas de la factoría; mientras uno se imagina los cientos de ballenas muertas infladas, flotando en la ensenada, en espera del momento de su descuartizamiento, antes de ser hervidas en calderos gigantescos e infernales, para extraer el aceite y el ámbar, tan apetecidos por la industria cosmética en el siglo XX , así como lo fue (el aceite) para el alumbrado callejero en el siglo XIX... Crónica muy bien lograda. Un abrazo. Camilo Taufic Santiago de Chile. 27-07-2010 ........................................................ Sobre "Los caballos y otros animales junto al hombre" Tus asnos, caballos, burros y vacas son otra cosa, por cierto, tan cercanos al hombre, tan del hombre. Te adjunto una vieja fotografía de dos palominos que tomé en las montañas de Apalachia, en Carolina del Norte, allá por el año 1983. Encuentro interesante y muy amena la manera en que hilvanas tus textos, siempre uniendo al tema alguna faceta literaria o cultural (en este caso, Delia del Carril, Virginia Vidal, Nemesio Antúnez, Santos Chavez). Hace tiempo te dije que no desistieras de tus crónicas, que van a quedar, y mis palabras fueron corroboradas recientemente por Lucho Sepúlveda cuando él te escribió a propósito de tu artículo Sobre ballenas y un libro: "Estimado Carlos: (...) Tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunida en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo. Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias. Lucho". Y eso digo yo también, que tus crónicas son estupendas. Te escribe desde Benalmádena, Málaga. Oliver Welden (poeta) 21 de agosto de 2010 ...................................................... Sobre "El corcoveo de los apellidos..." ¡Notable, muy bueno! Escribir sobre la configuración de su nombre, con esa transparencia en el decir es algo que se agradece, precisamente en un pequeño universo donde lo que más pareciera importar es "el nombre". Además, esas referencias a los escritores nortinos siempre son bienvenidas, pareciera que no siempre ellas abundan en la crónica y crítica nacional. Ernesto Guajardo (Valparaíso-15 noviembre-2010)

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