viernes, 27 de julio de 2012

Una mirada a los históricos Edificios Colectivos del arquitecto Kulczewski.





  

 Imágenes: 1.- Luciano Kulczewski García
                 2.-En 1894, adquirida por Juana Ross, se levanta la primera Población Obrera en Valparaíso. En la actualidad, aquella construcción centenaria, fue restaurada. 
                 3.-Imagen de los eternos Colectivos de Kulczewski (construidos en 1939) que se mantienen intactos al paso del tiempo. 


Escribe Carlos Amador Marchant



No puedo dejar de recordar aquellos edificios de cemento duro, los que fueron levantados para “reírse” de terremotos, los que hoy por hoy, más allá del alejamiento de la modernidad, se mantienen intactos.
Curiosamente los bautizaron con el nombre de “Colectivos”. Es posible que para mis lectores este nombre sea insignificante y, sin embargo, cuando retrato mi niñez en estos “colosos” de escasos cinco pisos, con sinuosas subidas especie “caracoles”, y que, al mismo tiempo, sólo fueron construidos en cuatro ciudades del norte de Chile (Arica, Iquique, Tocopilla, Antofagasta, es decir, en el desierto), cobran la validez de la historia. O sea, no hay más, en ninguna parte, en ningún lado, de nuestro largo y accidentado territorio.
Abandonados de la escritura, ahora (“Justicia Divina”, como dijo un periodista deportivo chileno) en el siglo 21 por fin dedican libros a estos verdaderos monumentos.
¿Cómo surge esta idea de levantarlos?. Sin duda, para contestar a esta interrogante, tendríamos que situarnos en la creación de la Caja del Seguro Obrero Obligatorio, que, a la larga, emerge tras el penoso escenario de los años 20 del siglo pasado. Aquí estaba en el tapete esta mal llamada “cuestión social” (suena hasta despectivo), entre esos convulsionados momentos políticos de entonces.
Años después de mi nacimiento (1955), mi padre, en Iquique, ya arrendaba un pequeño departamento entre las calles O´Higgins con Patricio Lynch, muy cerca de las olas del Océano Pacífico. Eran, tal vez, los edificios que llamaban más la atención de la época. No sólo por su aspecto distinto al de las demás edificaciones, sino por la dureza de su cemento. Entre esos pasillos me desplacé hasta cumplir los quince años.
Lo real es que la mayoría de los edificios levantados en las restantes ciudades del norte eran de tres bloques (en forma de U): pero en Iquique solamente fueron dos. La tercera parte, donde correspondería el último (ignoro por qué no se levantó), la ocuparon los carabineros con su Primera Comisaría, construcción anchurosa y de lata, lugar donde a diario los vecinos sentían ruidos y gritos de presos, ebrios y un cuanto hay de la vida delictual. Más tarde, bordeando el año 70, la mayoría (no todos) lograron ser propietarios de esos departamentos muy cercanos al mar, donde incluso se escuchaban las olas nocturnas.
Estoy hablando de edificios levantados para obreros, en los años en que ya se comenzaba a dialogar sobre las precarias construcciones para éstos. De alguna manera ciertos logros sociales comenzaban a visualizarse. La capitalización de los ahorros de los propios trabajadores daba la posibilidad de pensar en cosas mejores, aunque a la larga, los dueños de este país, siempre se salieron con las suyas en cuanto a retener los avances centrados en esta mira.
Me agrada la idea de unir en esta crónica recuerdos de niñez y la forma en que estos edificios fueron construidos. Y para lograr el cometido, no me queda otra alternativa que verme correr por esos pasillos, tocar sus fierros, oler sus puertas. Por el otro, imaginar a los trabajadores de la época estremecer sus músculos sobre estos colosos. La historia, además, dice que por los años (1939 hacia adelante) en que levantaron estas reliquias, escaseaba el agua. Por lo tanto, el drama de no perjudicar a la población y el regadío de algunos oasis cercanos, se transformó en un largo anecdotario. En Arica, por dar una imagen de este sacrificio, las edificaciones se ejecutaron sobre un legendario cementerio inglés, e incluso, mientras se realizaban los trabajos, más allá del penoso traslado de huesos, se siguieron encontrando osamentas.
Los famosos Colectivos en Iquique se encontraban (sobre todo el de la calle Patricio Lynch) frente a la Intendencia Regional (hoy Palacio Astoreca). Por este motivo, al cumplir mis catorce años, tuve la ocasión de ver muy de cerca diversas autoridades mundiales, incluido Fidel Castro, en sus tiempos mozos.
El arquitecto chileno de origen polaco, Luciano Kulczewski García, fue quien lideró las obras de los Colectivos en el norte de Chile  Si bien Kulczewski, desde muy joven dio a conocer su amor por la arquitectura, fue en 1938, luego de comandar la campaña presidencial de Pedro Aguirre Cerda, el momento en que surge la “gran idea”. Una vez que el maestro de escuela se instala como Presidente de la República, Kulczewski es nombrado administrador de la Caja del Seguro Obrero Obligatorio.
El arquitecto (nacido en Temuco en 1896), desde muy joven, dio a conocer sus habilidades, incluso desde los tiempos de estudiante universitario. Podemos observarlo en la historia, recibiendo medallas de distinción en los salones del Museo de Bellas Artes de Chile. Incluso la construcción de una primera casa cuando sólo tenía veinte años, en la calle Agustinas de Santiago (su número es el 1854). Lo cierto es que en la obra de Kulczewski, se ven los rasgos y las influencias neogóticas, art Nouveau y el acercamiento a los movimientos modernos.
Muchos trabajos importantes tiene este gran arquitecto, pero estamos hablando de los Colectivos, de la genialidad en su construcción, de lo que sigue quedando sin deterioros en el tiempo.
Me atrevo a decir que en la búsqueda del bienestar para la clase obrera, en ese tiempo se estaba pensando (adelantado) en un futuro distinto y que pudo haber sido bello. ¿Por qué no aspirar a que los trabajadores tengan bienestar, si ellos ponen todo el esfuerzo en el levantamiento de una nación?. Estamos hablando, repito, de la primera mitad del siglo 20.
Como yo viví en esos edificios, puedo decir con certeza que fueron levantados pensando en todo, en pequeñas o numerosas familias, en escalafones, incluso. Los pisos se diseñaron para diez departamentos, algunos muy pequeños, otros medianos y los que estaban al medio, es decir cerca de un basurero común, eran más grandes. Tenían, éstos últimos, dos dormitorios, cocina, baño, sala comedor y un balcón que permitía tender ropas y hasta instalar maceteros con plantas. Además, en la parte exterior, instalaron un espacio para el gas de la época, cosa elegante, porque en ese tiempo casi todos usaban cocina a parafina. Es decir, acá el asunto fue pensado para un mejor trato social hacia la clase trabajadora.
En Valparaíso, antes de la Guerra del Pacífico (1870), la Liga Masónica levantó un edificio que albergó a mutuales obreras. Esta misma construcción fue más tarde, en 1894, adquirida por Juana Ross, benefactora de alta sociedad, que después la convierte en la primera Población Obrera, en el Cerro Cordillera. Este reducto albergó por más de un siglo a una treintena de familias y sus débiles materiales colapsan en 1998, momento en que sus moradores comienzan a estudiar posibilidades de una reconstrucción. Después del 2006 hasta estos días se logra la recuperación de este inmueble, que estaba por derrumbarse en su interior, dando una pésima imagen de vida y donde sus habitantes alcanzaron a vivir en peligros constantes de desmoronamientos de paredes.
Si bien es cierto estos dos escenarios grafican los intentos por dar una mejor  vida a la clase trabajadora, o por lo menos a una ínfima parte de ella, me quedo con la imagen de los Colectivos y su ideólogo, por la fortaleza de su estructura y porque para la época en que fueron diseñados, representó la vanguardia de las aspiraciones para un posible cambio social en nuestro país.
Sin embargo, nada de esto se pudo concretar. De más está decir que al paso de los años, con distintos escenarios políticos, la población siguió viviendo repartida en casas miserables y campamentos por doquier.
Pero los Colectivos de Kulczewski continúan intactos. Ahí ya no vive la clase trabajadora a la que fue dirigida. Ahora hay otros moradores, incluso en algunas de estas ciudades los departamentos son ocupados por oficinas diversas. Son pocos los descendientes de antaño. Muchos tuvieron que emigrar. Muchos tuvieron que vender asfixiados por la escasez de trabajo.
Pero estas verdaderas reliquias están intactas en sus cementos. Y todo quedó como un mero recuerdo de proyecto visionario, de maqueta utópica. Y aunque los que soñaron con esto ya están muertos, los colosos continúan parados sobre la tierra del desierto chileno, tal vez como esperando retroceder o comenzar una nueva era.


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Comentarios selectos sobre el material de este blog.

Sobre ballenas y un libro Estimado amigo Carlos Amador Marchant: agradezco emocionado la mención que haces de mi novela en tu bella y emocionante crónica. Un fuerte abrazo desde España. Luis Sepúlveda(escritor) 24 de julio de 2010 15:03 ........................................................ Sobre ballenas y un libro Estimado Carlos: Gracias una vez más, por cierto, tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunidas en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo. Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias Luis Sepúlveda (escritor) 26-07-2010 ........................................................ Crónica "Dame de beber con tus zapatos". Luis Sepúlveda (escritor) dijo... Querido amigo, como siempre disfruto y me maravillo con tus crónicas. ¿Para cuando un libro? un abrazo Lucho (Gijón-España) 10 de julio de 2011 15:25 .................................................... Sobre Ballenas y un libro Fuertes imágenes de una historia y una matanza, y de un lugar, que sobrecogen. Con pocos elementos, pero muy contundentes, logras transmitir una sensación de horror y asco que no se olvidan. He estado en Quintay varias veces, y sé lo que se siente al recorrer las ruinas de la factoría; mientras uno se imagina los cientos de ballenas muertas infladas, flotando en la ensenada, en espera del momento de su descuartizamiento, antes de ser hervidas en calderos gigantescos e infernales, para extraer el aceite y el ámbar, tan apetecidos por la industria cosmética en el siglo XX , así como lo fue (el aceite) para el alumbrado callejero en el siglo XIX... Crónica muy bien lograda. Un abrazo. Camilo Taufic Santiago de Chile. 27-07-2010 ........................................................ Sobre "Los caballos y otros animales junto al hombre" Tus asnos, caballos, burros y vacas son otra cosa, por cierto, tan cercanos al hombre, tan del hombre. Te adjunto una vieja fotografía de dos palominos que tomé en las montañas de Apalachia, en Carolina del Norte, allá por el año 1983. Encuentro interesante y muy amena la manera en que hilvanas tus textos, siempre uniendo al tema alguna faceta literaria o cultural (en este caso, Delia del Carril, Virginia Vidal, Nemesio Antúnez, Santos Chavez). Hace tiempo te dije que no desistieras de tus crónicas, que van a quedar, y mis palabras fueron corroboradas recientemente por Lucho Sepúlveda cuando él te escribió a propósito de tu artículo Sobre ballenas y un libro: "Estimado Carlos: (...) Tu blog es uno de los pocos que merecen llamarse literarios. Es sencillamente muy bueno y tus crónicas son estupendas. ¿Las tienes reunida en un libro de crónicas? Es un género que se pierde con el tiempo. Un fuerte abrazo desde Gijón, Asturias. Lucho". Y eso digo yo también, que tus crónicas son estupendas. Te escribe desde Benalmádena, Málaga. Oliver Welden (poeta) 21 de agosto de 2010 ...................................................... Sobre "El corcoveo de los apellidos..." ¡Notable, muy bueno! Escribir sobre la configuración de su nombre, con esa transparencia en el decir es algo que se agradece, precisamente en un pequeño universo donde lo que más pareciera importar es "el nombre". Además, esas referencias a los escritores nortinos siempre son bienvenidas, pareciera que no siempre ellas abundan en la crónica y crítica nacional. Ernesto Guajardo (Valparaíso-15 noviembre-2010)

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